Meteoro nº 20 Más allá…una mano femenina. R. López, I. Domínguez

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Meteoro nº 20 Más allá…una mano femenina

Contenidos

Una mano femenina, Rosa López

Más allá de las montañas, Irene Domínguez

 

Edición para imprimir Meteoro 20 Meteoro nº 20 Más allá

 

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Una mano femenina

Rosa López

Psicoanalista en Madrid, AME (analista miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano), miembro de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis) y docente del NUCEP.

 

En la época en que vivimos nadie se sorprende de que haya una falta de correspondencia entre el sexo biológico y la identidad sexual. Contrariamente a aquellos que reivindican la normalidad de una sexualidad conforme a la naturaleza, el psicoanálisis se ocupa de la sexualidad en lo que esta tiene de sintomática. Desde el psicoanálisis afirmamos que para el ser hablante no hay sexualidad natural, lo que hay es sexuación, entendida como una elección inconsciente (valga el oxímoron ) de sexo.

La causa de esta perturbación se debe a nuestra condición de seres hablantes para los que, necesariamente, la naturaleza original pasa por la maquinaria simbólica de las palabras, a consecuencia de lo cual deviene otra cosa.

En rigor, desde la perspectiva del psicoanálisis no deberíamos hablar en términos de hombre y de mujer, pues partimos de la base de que en el inconsciente no hay una representación de la diferencia sexual. Es solo para “abreviar” que utilizamos estos términos según el lenguaje común. Ser hombre o ser mujer es algo muy simple si lo reducimos al hecho biológico de nacer macho o hembra. En cambio, cuando el cuerpo queda atravesado por el lenguaje se trata de cómo ser hombre o mujer en el mundo de las palabras, y ahí las cosas se complican.

La condición estructural de estar sujetos al lenguaje que nos aleja de lo natural afecta tanto a unos como a otras. Sin embargo, lo que tiene que ver con la femineidad es más inaprensible y enigmático.

Lo femenino, por la naturaleza de las cosas -que es la de las palabras-, constituye el prototipo de la alteridad, de lo Otro, de lo desconocido, tanto para los hombres como para las mujeres. Es por el lado de la sexualidad que lo femenino escapa al campo de la representación, se torna indefinible y, por ende, incontrolable.

La mitología griega utiliza la figura del adivino Tiresias para dar una forma narrativa a la cuestión del goce femenino. Tiresias, quien habiendo nacido hombre fue castigado por los dioses a convertirse en mujer durante siente años, es convocado por Zeus y Hera a responder a la pregunta sobre cuál de los dos sexos experimenta mayor voluptuosidad. No es por sabio sino por haber habitado en un cuerpo de mujer por lo que Tiresias podía responder a semejante pregunta, habiendo experimentado ese Otro goce que es un efecto de cuerpo y que le llevó a afirmar que: «De diez partes que goza la mujer, el hombre solamente goza de una».

Sea una décima, o una cuarta parte, no es la proporción lo que nos interesa, porque cuando se habla de lo femenino la vara fálica que sirve para medir el goce no da cuenta de cómo, cuánto, o dónde goza una mujer.

Escuchando a sus pacientes Freud descubrió que el destino de la sexualidad en hombre y en la mujer, de alguna manera, está determinado por “la observación” de la diferencia anatómica, sin que intervenga en ello la genética. No se trata de un determinante biológico sino de algo observable en la imagen del cuerpo que produce un malentendido fundamental en el psiquismo.

El efecto mayor de este descubrimiento es el “Complejo de Castración”, a partir del cual se produce una divergencia entre unos y otras. Ellos se verán afectados por una angustia relacionada con la amenaza de ser castrados, ellas buscarán una compensación a lo que experimentan como un agravio comparativo. El fantasma de la impotencia tendrá un peso en los hombres, el de la injusticia en las mujeres. Freud comprueba que si el niño renuncia a la satisfacción de sus pulsiones agresivas o sexuales es por miedo al castigo que supondría la castración del órgano. La niña, por su parte, no tiene nada que perder y, sin embargo, también acepta los límites que le imponen la educación, aunque si renuncia es por miedo a perder el amor del Otro. El amor tendrá en la vida de la mujer un estatuto especial que compromete su modo de gozar.

En este punto nos es necesario hacer una referencia al hombre, pues aunque el modo de gozar es variable para cada uno, todos comparten un denominador común que tiene que ver con las características del órgano masculino. El hecho de que el orgasmo se localice en una zona del cuerpo permite establecer una referencia imaginaria del goce y hasta una contabilidad del mismo. El denominado “goce fálico” establece una limitación allí donde el goce femenino tiene un carácter ilimitado y no puede ser localizado en una parte concreta del cuerpo, aunque la sexología no cese de buscar un punto equivalente en la anatomía de la mujer y defiendan la existencia del ‘squirting’ o eyaculación femenina.

Desde el momento en que la sexualidad ya no puede existir fuera de las palabras, el órgano sexual masculino se vuelve elocuente, su capacidad eréctil le hace apropiado para representar la lengua del deseo.

En el lado masculino hay algo que parece responder a la pregunta: ¿dónde está mi goce? El falo no es nada más que algo a lo que agarrarse en el océano de las palabras que no acaban de aclararnos qué es un hombre o una mujer.

En las mujeres el deseo no es igualmente legible. Ellas, si les place, pueden perfectamente agarrarse a lo que se agarra el varón, pero no de la misma manera: no se aferran al falo con las dos manos, sino solo con una. El gran problema sobre el que ha dado vueltas la razón desde el fondo de los tiempos es saber que agarran las mujeres con la otra mano. Se han imaginado respuestas del tipo: se agarran a otro falo probablemente más grande, lo que es más bien un fantasma masculino. También se han propuesto otra clase de agarraderos, como por ejemplo los niños, pero las mujeres cogen al niño con la misma mano con la que agarraban el falo, y a veces los hombres se quejan por ello.

En definitiva, no hay manera de controlar qué hacen con esa otra mano. Lo inquietante es que ni siquiera ellas mismas lo saben.

La sexualidad femenina no es totalmente aprehensible por el discurso y por la ley que el discurso transmite. Cada vez que un hombre abraza a una mujer, existe siempre la sospecha, latente o no, de que no puede poseerla del todo, porque a veces sienten que ella es Otra que no conocen. El goce femenino no está completamente sujetado a la ley y es ese lado oscuro de las mujeres el que ha sido objeto de la desconfianza, del temor, del rechazo y del desprecio.

Lo interesante es que dicho rechazo no proviene exclusivamente de los hombres, sino que las propias mujeres también lo experimentan. Las hay que reivindican la igualdad de sexos pero para hacer lo mismo que hacen los hombres, de hecho toda una vertiente del feminismo se basa en ser igual que ellos. Para el psicoanálisis el derecho a la igualdad debe contemplar la asimetría radical que existe entre los sexos en el plano de las formas de gozar. Solo admitiendo la diferencia del goce femenino este dejaría de ser objeto de rechazo y de segregación.

El rechazo a lo femenino comparte la misma raíz que el racismo, donde lo que se odia es una manera de gozar que no se entiende, que se presenta como radicalmente diferente y por ello resulta insoportable. En el lugar de La Mujer encontraremos siempre un vacío que tiene consecuencias tanto en la subjetividad de cada uno como en la cultura. El vacío la afecta a ella, (o a quien “le plazca” ponerse en el lugar femenino) no solo a nivel de las palabras que no le otorgan una identidad consistente, sino también en el plano del goce que la convierte en extranjera para sí misma.

Si el enigma de lo femenino sigue siendo un tema actual para los psicoanalistas hasta el punto de convocar las nuevas Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis para 2016 con el simple título “Mujeres”, es porque representa “la sustancia de todo lo que hablamos en psicoanálisis”, que no es otra que lo real del goce.

 

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Más allá de las montañas

Irene Domínguez

Psicoanalista en Barcelona, miembro de la ELP (Escuela Lacaniana de Psicoanálisis) y la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis). DEA del Instituto del Campo Freudiano-Sección Clínica de Barcelona

 

Más allá de las montañas, de Jia Zhang Ke, es una impresionante película china de 2015 -con premios en el Festival de Cannes y San Sebastián-, que muestra, con una lucidez penetrante, algunas articulaciones entre el capitalismo y la constitución del sujeto contemporáneo. Quizás no sea casual que su director naciera en China, lugar donde la incursión brutal del capitalismo ha trasformado radicalmente su paisaje, tanto social como medioambiental. Y quizás tampoco sea casual que haya elegido la forma del drama para desplegar tan intrincadas relaciones. Esa elección estética me llamó profundamente la atención. ¿Por qué de algún modo volver a Hamlet? ¿O seré yo, que veo a Hamlet en todos lados?

Su narrativa se despliega en dos tiempos que separan los créditos de la película. Es decir, ésta empieza más de media hora después de entrar al cine. El sujeto siempre es de efecto retardado: antes de entrar en materia, no se entera, da vueltas… y también siempre lo antecede algo antes de venir al mundo. De eso habla la primera parte: de los avatares del encuentro de los padres de nuestro Hamlet contemporáneo, o casi podríamos llamarlo post-capitalista. Una mujer bella y coqueta que en la juventud lleva a cabo una elección pragmática: de sus dos pretendientes quedarse con el más rico y tonto. Para ella pareciera ser obvio, eso es lo que hay que escoger. Por su parte el elegido es un hombre rico, que cree poder compararlo todo. Tras conseguir a la chica, quiere ser padre. De este modo se fraguan las condiciones de este encuentro que dará por fruto un chinito al que su padre decidirá llamar Dólar. Así, de nombre Dólar. Dice el padre que es “porque él va a ganar muchos para su hijo”. Ahí vemos la primera incursión del capitalismo en la subjetividad sobre la función del padre que nombra, la función de nombrar. “Te llamaré Dólar”, en lugar de “Te llamaré con mi nombre, con el nombre de mi padre, con el nombre de ese noble amigo que me salvó en la guerra… con el nombre que significa Hombre, Guerrero…”. ¿Qué es ese nombre para este padre? El nombre condensa el sueño del padre, ese que sólo consiste en dinero, el edén prometido por el capitalismo… Dólar en tanto objeto reencontrado que su padre niega haber perdido alguna vez, es la ausencia radical de père-version. Es la razón de todo, la posibilidad de la realización de cualquier cosa, la negación de cualquier pasado. Dólar es el símbolo o el sinónimo de la felicidad. Sueño perfecto, cual crimen de la subjetividad, del que jamás habrá un despertar.

Más allá de las montañas es una película que trata seriamente de la libertad. Dólar también es el nombre de la libertad. Y para dar forma a ese deseo -lícito, podemos pensar- de querer dirigirse a algo que nos espera ahí, delante, lejos, en otro sitio… su director elegirá ese “más allá”: esto me parece una de las joyas de la película. Porque en ese “más allá” que ya Lacan formuló como esencial al empuje del deseo en su grafo de 1959, y que destacó precisamente tomando a Hamlet por soporte, es por donde se introduce la trampa del discurso capitalista. Porque la forma del “más allá” Lacan la utiliza para remarcar que el deseo es esa cosa que apunta siempre a atravesar algo, que quiere ir más allá del deseo de la madre, que se dirige a la falta en el Otro. El deseo que Lacan nos presenta en su Seminario VI es el que surge porque apunta a la falta en el Otro, ese que el sujeto paga con su castración. Es éste un movimiento “más allá” del Otro, pero no sin el Otro, homólogo a lo que años después Lacan haría con la función del padre.

Muy por el contrario, el discurso del capitalismo, que podríamos llamar “falso discurso” -en tanto no cumple con la imposibilidad intrínseca a su estructura-, clausura con su circularidad infinita esa brecha. La clausura porque la niega, y negándola hace aparecer un artilugio que pareciera un discurso, pero es más bien su aniquilación. Los cuatro discursos que introdujo Lacan están marcados por su imposibilidad y todos ponen en juego distintas formas de relacionar el S1, el S2, el sujeto y el objeto a.

Por tanto, el “más allá” que promueve el capitalismo no se refiere a ningún sujeto, menos al deseo, se trata más bien del motor mismo de su engranaje acéfalo. No es un “más allá” de ninguna falla, porque no hay falla. Entonces éste deviene impulso auto-aniquilador de ese sujeto que va a la deriva atrapado en un bucle infinito. Un sujeto sin división, que está fijado, predeterminado desde siempre. En tanto la falla ha quedado clausurada, no hay nada a producir, no hay producción resultado del trabajo que pone en marcha la hiancia. En el capitalismo el sujeto viene ya producido: es un clon anónimo que se reproduce en serie al infinito, por muy singular que se lo diseñe.

Los paisajes donde se despliega la escena son lugares devastados por el capitalismo: ríos llenos de mierda, espuma y residuos; la naturaleza agonizando a espaldas de sus inconmovibles protagonistas. Un gran vertedero de ruinas del consumo se erige como la imagen del mundo en una acumulación de restos sin fin.

Por eso el deseo que Lacan formuló es de algún modo antitético a la libertad del sujeto, o si más no, ambos mantienen una relación paradojal. Es en tanto que sujetado a la falta en el Otro, al lenguaje, que el sujeto pondrá en marcha su deseo, terreno donde tendrá que moverse más allá el Otro. Ningún sueño de libertad lo abrazará. En cambio, el deseo de libertad que promueve el capitalismo, es la sentencia de muerte del sujeto mismo, y por tanto también del Otro. Es una soledad arrasadora sin dialéctica posible.

Cuando Dólar crece, y como hizo Hamlet, se pregunta por el ser, por quién es él; Dólar, más allá del deseo del padre, iniciará una búsqueda. Si Hamlet se sentía impelido a responder por el peso de su nombre, por el linaje que cargaba bajo sus espaldas, Dólar lo tendrá que hacer soportando la vacuidad de ese sueño anónimo de libertad y fortuna. Tiene unos padres, a pesar de ser hijo de una probeta -como él mismo pregona-, pero como le dice su profesora, eso no quita que tenga unos padres. Más dudoso es si sus padres son, o fueron, hombre y mujer; si sus padres no son ya pseudo-sujetos producto del capitalismo. Porque la madre, que eligió a este hombre por razones prácticas, de igual modo dejará ir al hijo con el padre a EEUU porque lo mejor está siempre determinado por el dinero, porque allí tendrá más posibilidades.

Los lazos del amor y el deseo en esta excelente película se revelan tan frágiles y volátiles –o quizás inexistentes-, como el ritmo de las canciones pop en inglés que bailaban sus padres chinos en las discotecas de su tiempo. Y así, Dólar, este niño probeta, hijo del deseo de libertad que vende el capitalismo, recorre sin rumbo en el año 2025, un destino incierto, cargando -como único legado- con un deseo de dinero más parecido a la nada que al vacío. Quizás él, Dólar, cual último héroe post-capitalista, realice su proeza decidiendo despertar del sueño de sus antecesores, y entonces no podrá encontrarse más que en medio de una horrenda pesadilla.