Meteoro nº 23 Psicoanálisis:Política. A. Castaño

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Meteoro nº 23 Psicoanálisis:Política

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Paradojas de la acción política, Ana Castaño

 

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Paradojas de la acción política*

Ana Castaño

Psiquiatra, Psicoanalista. Jefa de los Servicios de Salud Mental del Distrito de Moratalaz-Vicálvaro. Miembro de la AMP (Asociación Mundial de Psicoanálisis) y de la ELP (Escuela Lacaniana de Psicoanálisis). Responsable de Sanidad de Podemos.

 

No podría nombrar, ni tan siquiera aproximarme, a lo que denomino paradojas de la acción política si no tuviera como punto de partida la relación controvertida, siempre en los márgenes de lo imposible, del psicoanálisis con la política.

Esta mirada desde el psicoanálisis lo que trae a la escena política son, tomando las palabras de Jorge Alemán ya desde “Conjeturas sobre una izquierda lacaniana”, las malas noticias al proyecto de la Ilustración.

¿Cuáles son esas malas noticias?

El sujeto está fracturado, dividido, se constituye en torno a un vacío estructural, que se podrá intentar ocultar, disfrazar a través de los síntomas, pero que no por eso va a dejar de existir e insistir. El ser adviene al lenguaje, a un mundo simbólico, que le producirá una pérdida irrecuperable y que a su vez será su marca más particular, singular y genuina. Es lo que hace a la diferencia absoluta, un real incurable, que cada uno lleva cifrado en su cuerpo como acontecimiento.

Este encuentro del cuerpo con la lengua que apunta al goce propio de cada uno, a ese margen no dialectizable, es lo que nos hace estar en soledad con ese real en juego, nominal e intransferible. El capital, por más que se empeñe, con sus políticas del “sé feliz”, disfruta sin parar, el avance de la técnica, sus protocolos inagotables de evaluación, o su tendencia bio-política de control de las subjetividades, no lo puede reducir a mercancía por su improductividad, es inservible para el sistema. No encontraremos al Otro que nos complemente, que nos evite ese encuentro con lo real; esta característica del ser parlante es a su vez lo que todos tenemos en común.

Un momento anterior a este planteamiento del gran obstáculo, del imposible, para la idea de progreso que nos trajo la Ilustración, lo encontramos en El malestar en la cultura de Freud.

La promesa de felicidad es una mera ilusión porque el individuo por su pertenencia a la civilización ha de renunciar en aras del bien común, del “para todos”, a sus satisfacciones más íntimas, a sus modos de goce. El que esta renuncia sea necesaria para habitar en comunidad no quiere decir que sea justa para el que la lleva a cabo, produciendo un saldo negativo que nos sumirá en la ambivalencia a lo largo de nuestra existencia y que declinará en cierto odio y crueldad que ningún pacto simbólico podrá reabsorber, lo que Freud denominó el narcisismo de las pequeñas diferencias.

El hombre civilizado no es más que un semblante y esta renuncia va a buscar sus vías de escape, cuando menos, como ya señalé al principio, a través de diversidades sintomáticas. “Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles…”, nos recuerda Freud.

Hay en la condición humana, una tendencia a las servidumbres voluntarias, siendo el hombre un animal de horda, que en muchas ocasiones prefiere ser conducido por un jefe, alienarse a un amo que decida por uno.

El amo moderno sabe de esto con sus políticas del miedo, apelando a la necesidad de una seguridad que nunca es suficiente, y que cada tanto estalla por los aires con olas de atentados devastadores, que incrementan el miedo y la seguridad, en una circularidad sin límite. El ciudadano actual se ha convertido en un artificio que se prepara para evitar que el mal llegue desde afuera, en un primer tiempo difuso y sin rostro, hasta que el poder lo materializa en los desclasados, como está sucediendo con la crisis de refugiados, más bien deportados, que aparecen como algo ajeno, a combatir. Esta maniobra de colocar el mal en el exterior de una comunidad es la antesala del fascismo, y desde la esfera de lo político hay que dar una batalla sin cuartel. Para salir de este artificio hay que sostener un deseo de saber sobre sí y hacerse responsable de los actos en juego, de lo que le concierne a uno, y a partir de ahí, actuar decididamente.

Aunque se den las condiciones del deseo, este sujeto escindido nunca se va a colmar, siendo la consecuencia, la mala noticia, que no hay ni habrá proyecto político que anule este vacío constitutivo. Debemos estar advertidos sobre que hay algo irreductible, que nos rige la repetición del inconsciente y que no hay garantía de no retornar al mismo lugar.

Estamos atravesados por los procesos de psicología de las masas donde las identificaciones son necesarias, nos alienamos a nuestros colectivos de pertenencia, y se precisa de un líder que le dé un cuerpo, que encarne los intereses libidinizados de un grupo, eso sí, sin creerse el papel. Es decir sin dejar a un lado lo que Freud nos enseña: la castración es estructural y no hay Otro del Otro ni metalenguaje, que garantice el buen desenlace de nuestras acciones.

Gobernar, educar y psicoanalizar son profesiones imposibles porque lo pulsional no se normativiza, no se domestica, lo que no quiere decir que nos eximamos de nuestra responsabilidad, sino más bien todo lo contrario; si tenemos en cuenta esta imposibilidad de partida, el sujeto podrá reencontrar la potencia de acción, singular y real.

A esta primera paradoja de las malas noticias, se suma la segunda: lo instituyente y lo instituido, en la construcción política del populismo, que desarrolla Ernesto Laclau y su tesis central, relativa al carácter hegemónico del vínculo social y a la centralidad ontológica de lo político.

El proceso emancipador ya no pasa por la lucha de clases sino por la fractura social que produce antagonismo para que emerja una voluntad colectiva que trasforme la institución, el poder dominante. La dimensión horizontal de la autonomía (lógicas de equivalencia) para llevar a cabo un cambio histórico duradero, requiere de la dimensión vertical de la hegemonía, de la trasformación del estado.

Desde mi lectura sitúo el acto político como lo instituyente, efímero, al límite de lo objetivable, y la política en tanto discurso que hace a la gestión, como lo instituido. El drama, en tanto toca una imposibilidad, está en qué queda del acto instituyente en lo instituido.

El 15M fue el inicio contingente para la construcción de un nuevo antagonismo. Inmersos y paralizados en lo que se denomino crisis o vivir por encima de nuestras posibilidades, comenzó la fractura social con el No nos representan o somos el 99%, dando lugar a demandas agregadas que tomaban lo real de lo político en su constitución: la plataforma anti desahucios, las mareas, etcétera. Así tuvo lugar la condición de posibilidad, o la ventana de oportunidad, para una hegemonía populista que se abría camino.

Mi experiencia testimonial

Cursé mis estudios de medicina en una Facultad elitista, pretendidamente apolítica y por tanto de espaldas al mundo, muy competitiva; una fábrica de subjetividades neoliberales bajo el marchamo de excelencia y calidad.

Al terminar mi carrera, una contingencia me llevó a encontrarme con el psicoanálisis, que para mí fue un hecho político en sí mismo, al mostrarme el reverso del discurso del amo y el camino de la subversión subjetiva.

A partir de ese momento, una causa me orientó: hacer posible la existencia del psicoanálisis aplicado en la institución pública, institución regida por la lógica universal del para todos. Se hacía indispensable que mi lugar se situara de manera éxtima, descompletando esa lógica.

Se trataba de un lugar fronterizo, en el borde, para separarse del ideal institucional y apostar por la ética del deseo que implica el acto, en una posición sin ambages. He traído a colación este pequeño detalle biográfico por sus efectos de enseñanza para la construcción política, en la que me he embarcado recientemente, partiendo, como entonces, de un no saber. La apuesta ética, el deseo decidido y la extimidad, teniendo como brújula el psicoanálisis, me permiten hacer esta travesía nada sencilla.

Actualmente compagino mi trabajo en la Sanidad Pública como jefa de un Servicio de Salud Mental con mi actividad como Consejera Estatal de Podemos, representando el Área de Salud/Sanidad. El slogan “Somos gente corriente haciendo cosas extraordinarias” es una realidad en acto.

¿Y cómo llegue hasta aquí?

Mi compromiso con la salud mental comunitaria desde la escucha analítica, participando en la implantación del modelo desde sus inicios y el deterioro progresivo de las políticas públicas, que se traducían en un desmantelamiento de la Sanidad Pública, me llevaron a alzar la voz y tomar parte activa en las protestas y reivindicaciones de la Marea Blanca y del Grupo de la Declaración de Atocha. Al tiempo de estas reivindicaciones, gran parte de este movimiento y de otros colectivos, es decir diferentes demandas agregadas en la centralidad del tablero, desde la horizontalidad, confluyeron en la presentación del Manifiesto Mover Ficha en el Teatro del Barrio, al que fui invitada a sumarme. En el inicio, los efectos de esta iniciativa eran insospechados y a priori, sin garantías. Desconocíamos la dimensión de este acto pero lo que nos habitaba era un deseo decidido en torno a un común: el entusiasmo por hacer otra política, que tuviera en cuenta lo singular en la creación de un proceso hegemónico emancipatorio. Después se sucedieron una serie de contingencias vertiginosas, entre ellas, la puesta en marcha del Círculo de psicoanalistas y amigos del psicoanálisis con el horizonte de articular qué del psicoanálisis para la política. Para mí fue el momento de no retroceder y estar en el interior del hecho político, siendo parte activa de esta forma de representación en donde la politización de la sociedad civil es una seña de identidad.

En esta época en la que nos toca vivir, con el auge de la técnica, el autoritarismo científico y la biopolítica, perfectos aliados del neoliberalismo, ¿qué acto político es posible partiendo de estas premisas?, ¿qué otra política?

Estamos en una coyuntura inédita tanto por el momento político como por estar advertidos de esas malas noticias, que pueden permitir, aunque sea fugazmente, a base de instantes, que se conjuguen lo singular y lo común en un proyecto político, que no podrá ser ajeno a la ideología pero que cuenta con la posibilidad de pensarse incluyendo la lógica del No todo, no en vano desde Podemos se conversa con psicoanalistas.

Lacan en Hablo a las paredes nos señala: “Lo que distingue al discurso del capitalismo es el rechazo hacia afuera de todos los campos de lo simbólico, ¿rechazo de qué?, de la castración. Todo orden, todo discurso, que se emparente con el capitalismo deja de lado las cosas del amor….”.

La circularidad del discurso capitalista clausura la imposibilidad, siendo la trampa mortal que emplaza al sujeto a una falta y a un exceso de goce en un circuito infernal, conduciéndole a su segregación, su exclusión y hasta su desecho. J. Alemán en su libro Sujeto y Capitalismo nos propone un modo de frenar esta deriva, una experiencia discursiva que implique el amor, no cualquier amor, sino aquel que esté por fuera del eje imaginario, de las simetrías narcisistas. ¿Puede darse una experiencia de estas dimensiones por fuera de un análisis? ¿Será posible construir una nueva militancia, una militancia advertida?

Sabemos que las demandas agregadas son demandas insatisfechas que producen un impasse, ya que algo del goce queda fijado ahí; y también sabemos, como nos recuerda Miller, que “El psicoanálisis es exactamente el reverso de la política; por tanto, ir a lo político desde el psicoanálisis no es tarea fácil pero algo de lo que nos enseña el psicoanálisis se puede deslizar para otro modo de hacer. Desde mi experiencia particular, he organizado y participado en diversas actividades y encuentros donde es posible la extensión del psicoanálisis, no sin dificultad.

Tras la actividad política de estos dos años, en donde avanzamos mientras construimos, a pesar de estar sometidos a un ciclo electoral que no sabemos si continuará, el punto de complejidad lo situaría en ese paso inevitable de lo instituyente a lo instituido, del movimiento a la organización, en el que algo se pierde y que te sitúa en un automaton, costoso de relanzar aunque en los espacios micro, si se está atento, algo de la invención colectiva permanece.

Durante este tiempo desde el Área que represento he aprendido mucho en un sinfín de situaciones, me he confrontado en los debates políticos sosteniendo mi decir propio, he participado en actos de campaña, me he reunido con colectivos y asociaciones, lanzado iniciativas, coordinado a los parlamentarios de los diferentes territorios, escrito argumentarios, respondido a prensa especializada; pero mi mayor enseñanza ha sido constatar que la salud es transversal, que nos preocupa a todos y está en el discurso de todos los partidos políticos, eso sí, de maneras muy diferentes. Se la puede considerar como un significante vacío en disputa hegemónica.

Esta enseñanza aplicada al terreno de lo que siempre me ha causado, y el avance del neoliberalismo en la Salud Mental Comunitaria, donde ya no disponemos de una zona de confort para trabajar desde la escucha analítica, me ha llevado a pensar en mi próximo desafío: salud mental y hegemonía, y es aquí donde el psicoanálisis de orientación lacaniana tendría mucho por hacer.

Quisiera concluir con una frase de Lacan que me ha acompañado durante este recorrido no exento de renuncias, claroscuros, alegrías, y gente sorprendente.

Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.

 


*Este texto es producto de mi intervención en las III Jornadas sobre Democracia y Participación “Ernesto Laclau”, organizadas por el Dpto. de Estética e Historia de la filosofía, Universidad de Sevilla.