Meteoro nº 8 Más allá del horror. G. Cano, V. Palomera, A. Fuentes, P. Blanco, M. Montalbán

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Nº 8 Más allá del horror

Contenidos

Hacer el juego al terrorismo, Germán Cano

Mato, luego existo, Vicente Palomera

¿Qué hacer ante el horror de la masacre?, Araceli Fuentes

Nuestra contabilidad es la del uno por uno, Paloma Blanco Díaz

¿Europa en guerra?, Manuel Montalbán

 

Edición para imprimir Nº 8 Más allá del horror

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Hacer el juego al terrorismo

Germán Cano

 

Si una sociedad es también una atmósfera, su intoxicación por el miedo es lo peor que puede sucederle. Solo desde esta valoración podemos entender el terrorismo contemporáneo como una lógica muy efectiva y no como esa imagen en la que unos chalados con turbante escupen a la cámara su fanatismo y resentimiento antioccidental. Esta escenografía nos nubla la visión, porque deja de lado una reflexión sobre la óptica espectacular desde la que el horror se vitaliza. Este terrorismo tóxico también necesita apoyarse en la lógica de guerra que recogen unos medios cada vez más sensacionalistas. Fue la lección del 11S, pero no la de nuestro 11M donde la ciudadanía resistió a esa lógica del miedo y su contracción detrás de un PP «fuerte».

No es hora pues de «cerrar filas», soflamas grandilocuentes o de tambores de guerra, sino de una solidaridad más profunda e inteligente. Hay que respirar y salir de esas burbujas tóxicas en las que el terrorismo islámico, con ayuda de nuestros heroicos gobernantes, quieren encerrarnos. El hecho de que el atentado de París tuviera como objetivo un barrio nada sospechoso de integrismo sino todo lo contrario muestra cómo se buscaba eliminar todo aire común, toda apertura. El terrorismo quiere encerrarnos, no seamos tan estúpidos de hacerle el juego. Intercambiar sentimiento de absurdo por identidad, esta ha sido la figura tradicional de dotación de sentido de la derecha: invertir en sentimientos compactos de autoafirmación y, por tanto, de odio, renegando de toda experiencia crítica de las ofensas y las heridas.

«Nunca cedas»: ese es el canto de sirena de toda regresión política. Hoy, a la vista de estos nuevos ataques, debemos por ello seguir apostando por los valores que dieron sentido a la confirmación del proyecto europeo.

 

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Mato, luego existo

Vicente Palomera

                                  

Fieles al culto a la muerte, volvieron de nuevo. Vinieron armados con un nihilismo brutal y un odio que trasciende nuestro entendimiento. «Nihilismo» es el término que André Glucksmann introdujo , en 2002, en su ensayo Dostoyevski en Manhattan (Taurus, Madrid, 2012) para dar cuenta de que, tras las coartadas religiosas o ideológicas, el terrorismo nihilista tiene como objetivo la destrucción. La ironía de la vida hizo que André Glucksmann falleciera pocos días antes de la carnicería. Su entierro tuvo lugar el mismo viernes por la tarde en el cementerio Père Lachaise y, pocas horas después, se escucharon muy cerca los disparos de los terroristas.

Glucksmann había explorado con inteligencia el vinculó que el terrorismo moderno tenía con el terrorismo del siglo pasado, especialmente con la violencia que Dostoyevski y Conrad supieron dramatizar magistralmente, y concluyó que el nihilismo terrorista podía resumirse en un postulado: «Mato, luego existo».

La destrucción de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2011 no nos llevó al fin de la historia, pero sí marcó el inicio de la era del nihilismo mundial, cuyas características fundamentales son la corrupción, el terror y la destrucción. El desafío nihilista es tan antiguo como la civilización y, al mismo tiempo, nuestra civilización se caracteriza precisamente por su resistencia al nihilismo. ¿Cómo responder? ¿cómo reaccionar? André Glucksmann nos invita a repensar la violencia absoluta a la luz de Dostoyevski, Flaubert, Pushkin o Chejov, autores todos ellos que desvelaron el derrumbamiento de los valores de la civilización y nos ayudan a no perder de vista la insistencia de aquello que de lo humano es inhumano.

Y, aunque podamos estar espantados y, al mismo tiempo, llenos de odio, lo que es seguro es que en este teatro de ferocidades del siglo XXI, ¡no nos rendiremos!


 

¿Qué hacer ante el horror de la masacre?                    

Araceli Fuentes

 

La masacre ha hecho presente el horror entre nosotros, el de los franceses en primer lugar, que lo han sufrido en carne propia, aunque entre las víctimas se cuentan algunos españoles. Es el horror de los europeos, los que vivimos en el mejor de los mundos posibles, el que nos hace preguntarnos ¿y ahora, qué vamos a hacer?

Lo que hicimos los colegas en Madrid cuando en 2004 nos vimos confrontados a la barbarie del 11-M, fue lo que podríamos llamar un modo de acción lacaniana de atención al síntoma, inventamos un dispositivo para atender a los afectados por los atentados de un modo singular, sin presuponer el traumatismo donde no lo hay, ofreciendo una escucha psicoanalítica y llevándola hasta el lugar que había sido tocado más fuertemente, no nos conformamos con habilitar en la biblioteca de la sede como improvisado consultorio, nos desplazamos a Vallecas y atendimos en el local de una ONG.

El momento político de entonces, previo a unas elecciones, ayudó a encontrar un discurso y un cauce político para reconducir la pulsión excitada por las bombas. Fue una buena sorpresa comprobar que después de los atentados en los que murieron casi 200 personas, los ciudadanos de Madrid no se entregaban al odio, el racismo o la barbarie. Desde aquel momento supimos que en adelante estaríamos expuestos a la emergencia súbita de una nueva modalidad de lo real sin ley.

Acabo de escuchar en France 2 la posición de un político inteligente, Dominique de Villepin, diciendo cosas que los políticos no suelen decir: “la guerra contra el terrorismo es imposible de ganar porque la mano del terrorismo es invisible, cambia, es oportunista”…, Villepin exhortaba a luchar con los medios de la paz y no con los de la guerra ni con los del odio, porque la guerra genera guerra y el odio genera odio, exhortaba así a los franceses a conocer la realidad del otro y sus agravios y a no alinearse con la política de bunquerización que practican algunos, los americanos, los israelíes, argumentando, entre otras cosas, que Francia ni dispone de esos medios, ni sería deseable para ellos …

Los psicoanalistas lacanianos, ¿Cómo nos situamos frente a lo real cuando este se presenta de este modo? ¿Nos esconderemos en nuestros pequeños cobijos creyéndonos a salvo de lo real o vamos a mostrar que cuando hablamos de lo real tenemos con lo real una relación “verídica”, como decía Lacan de los ingleses por su actitud en la segunda guerra?

Una actitud verídica con lo real ¿no sería buscar los medios de evitar dar más consistencia a ISIS? , ¿No sería no consentir a que se aproveche el miedo desatado por los atentados, para aceptar hacernos perder derechos ciudadanos?, ¿No sería dejar de hacer como que no pasa nada cuando hay varios millones de personas que huyen del horror de la guerra y tocan a la puerta de nuestros países?, ¿No sería acogerlos entre nosotros en vez de colocarlos en campos para refugiados, de tan infausto recuerdo para los exiliados españoles?, ¿No sería querer saber cómo los países, muchos de ellos musulmanes, están pagando con la vida de muchos hombres, mujeres y niños, el mismo terrorismo de ISIS que ahora nos espanta?

¿Qué podemos aportar los psicoanalistas a esta lucha? Nuestra acción pasa por el Uno por Uno de quienes se dirigen a nosotros. Los que hemos hecho la experiencia de un análisis sabemos aceptar de mejor grado la inconsistencia en la que vivimos, sabemos encontrar en nuestro propio real una brújula que nos permite movernos en el sin sentido. Orientados por la enseñanza de Lacan procuramos alejarnos del sentido que siempre es religioso y vela lo real que carece de él.

Lacan en Televisión anuncia el posible retorno del Dios terrible que pide sacrificios, del Dios del goce, debido a la dificultad para soportar la precariedad de nuestro propio goce. Sabemos de la atracción del hombre por los dioses oscuros que piden sacrificios. El psicoanálisis es sin duda un antídoto contra esto, por eso para algunos jóvenes, los que se dirigen a nosotros para hacer esta contra- experiencia que es un psicoanálisis, una oportunidad muy valiosa y quizá la única opción posible para contrarrestar el empuje a lo peor. Sólo que no hay un “ para todos”, cada uno elige.

Lo que ya hacemos siete psicoanalistas, en la ciudad de Madrid, es prestar una escucha analítica gratuita y limitada en el tiempo, en el CPA-Madrid, a donde algunos jóvenes que quieren ser escuchados se dirigen, para ellos el encuentro con un psicoanalista podrá ser un encuentro inesperado por una vía poco transitada, la de la palabra, una vía poco explorada al menos bajo el modo en que es tratada por el psicoanálisis. Esta misma experiencia, con otros nombres, se realiza en otros lugares de España, también en Francia y en Bélgica.

Sin duda hay otras respuestas, cada uno deberá de explorar e inventar formas nuevas, pero en cualquier caso, lo que se espera de un psicoanalista o de quien tiene una relación con el psicoanálisis es que se deje orientar por él.

 

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Nuestra contabilidad es la del uno por uno

Paloma Blanco Díaz

 

No se me va de la cabeza la idea de que los únicos muertos que tomaron una decisión sobre su vida, en los terribles atentados de París, fueron los terroristas.

Los demás, heridos y cadáveres, ignoraban que serían objeto pasivo de las decisiones criminales o políticas (?) de otros, que serían el precio absoluto a pagar por decisiones que ellos no tomaron. Pero esto es así en todos los atentados, es así con toda víctima civil.

¡Cuánta desdicha! Las palabras alcanzan muy precariamente en estos momentos a la vez que son, mas que nunca, la mejor y mas valiosa herramienta para el acto político oportuno… En los noticiarios, en la prensa, en las redes sociales viene apareciendo estos días con inquietante reiteración la expresión «acto de guerra». Y en este sintagma se deja translucir la sugerencia del fracaso de la política y la seducción del goce de la guerra.

El discurso al que servimos, el del psicoanalista, es una apuesta, una elección forzada por la civilización, y la civilización es indisociable de la política. Pero no cualquier civilización ni cualquier política. Freud afirmaba que una sociedad que no procura los medios para sublimar la pulsión no merece ser sostenida; si la civilización supone e implica al superyó, también debe ofrecer la sublimación como recurso frente al malestar que conlleva. En el pensamiento freudiano no hay oposición entre lo cultural y lo clínico, y forma parte de su legado la constatación de que la cultura es un nudo mal construido y que no se cura, fundamento del problema político. La concepción tradicional de la política es destituida por Freud cuando muestra que el propio sostén de la civilización es el elemento impolítico. Ese el resto pulsional que permanece incrustado en cada dispositivo simbólico y que desvela la complicidad entre pulsión y ley. En la conocida entrevista realizada por el periodista George Sylvester Vicreck en 1926, y que conocemos por el título «El valor de la vida», Freud afirma que «nos ilusionamos con la idea de que podemos vencer a la muerte a voluntad. Lo cual quizá sería posible si no fuera porque tiene un aliado en nuestro propio interior.» Por su parte, Lacan predijo el auge de la segregación y el campo de concentración; la llamada «crisis de los refugiados» es solo una muestra mas de ello.

No se puede comprender la radicalidad del mal, del Tanathos que habita en cada ser humano: intentar encontrarle un sentido es una expresión del horror a saber de este real. Y, sin embargo, saber es preciso, especialmente saber de este tratamiento execrable de la pulsión de muerte; tratamiento que nos horroriza y que parece crecer inexorable y exponencialmente en este fenómeno llamado terrorismo y al calor ahora del reciente, y autodenominado, Estado Islámico. Sin duda, no lo confundimos con una religión, una raza o un pueblo; eso formaría parte de un ceder al horror a saber que no nos podemos permitir, porque podría hacernos creer que estamos a salvo mientras el enemigo esté afuera y sean los otros ( religión, raza, pueblo o civilización).

No retroceder frente a intentar saber de aquello sobre lo que nuestra naturaleza nos empuja a no querer saber nada, hace que podamos incluso considerar el psicoanálisis como un factor para la política. Al menos de una política de nuevo cuño -el inconsciente es la política, afirmaba Lacan-. Nos empuja también a considerar el porvenir del psicoanálisis mismo y tal vez, aún, la posibilidad de un acto político en la sociedad contemporánea. Desde el discurso que nos orienta no me conformo con la contabilidad de los muertos y heridos por una mera sumatoria numérica que permita homogeneizarlos en una cifra más. Son uno, uno, uno, uno, uno…. Y cada uno de ellos trajo al mundo algo que antes no estaba y que no volverá a estar cuando dejen de existir. El discurso al que servimos tiene también su responsabilidad en ello y mostraremos estar a la altura, o no, del mismo, según cómo sostengamos el acto que conviene en estos momentos. Forma parte de la responsabilidad que nos corresponde, velar, cuidar y trabajar porque el discurso totalitario y totalizante no borre esta diferencia absoluta, no haga de ella y de nuestro discurso un síntoma olvidado. Tal vez no haya muchos otros dispuestos a sostener este margen, esta apuesta. Nuestra parcela es muy pequeña y el campo de acción limitado, pero no da igual, de ninguna manera, dejarlo baldío.

Lo que realmente nos hace semejantes es esa imposibilidad que la lengua introduce en nuestros cuerpos, en nuestras vidas, y que nos torna absolutamente únicos en nuestros modos de goce. La lengua escribe algo de esta imposibilidad de nombrarnos equivalentes, de que dos hagan uno: nos-otros. En el corazón mismo de lo común está presente la alteridad irreductible. Cualquier totalitarismo, de un signo u otro, político, religioso, ideológico, tiene como vocación ahogar este real, a veces, en un mar de sangre.

Cuando la acción política queda reducida a la labor de gestionar la seguridad como un valor absoluto, y promover ésta justifica la política del miedo, entonces el quehacer político deja de ser una vocación de hacer comunidad con la diferencia que tenemos en común. La política queda en suspenso, se convierte en un simulacro que rechaza la singularidad y la sustituyen los imperativos de la globalización homogeneizante a las órdenes de los intereses del poder. Bajo el título de «los valores de nuestra civilización», la política es sustituida para atemperar lo que a la vez se promociona: la miseria contemporánea de un sujeto reducido al imperativo pulsional y absolutamente empobrecido de recursos simbólicos para gestionarlo. Sujetos alienados que odian en el otro su propia alteridad. Sujetos aterrorizados que renuncian, por ejemplo, a cualquier sentido crítico y análisis de la realidad propios, a cambio de una ficticia sensación de seguridad. Esta visión del mundo es extremadamente peligrosa, más aún cuando se hace habiendo renunciado ya a la capacidad de darse cuenta.

Me indigna que los malvados, los intolerantes, los ignorantes, los arribistas, los estúpidos, le hagan el juego al terrorismo justificando la intransigencia, la xenofobia, la violencia, el goce desaforado de la pulsión de muerte. Es por esto que quiero recordar que la gran mayoría de las víctimas del terrorismo yihadista son árabes y/o musulmanes; que el horror de esa noche en París lo viven a diario millones de árabes y/o musulmanes y que miles de refugiados sirios continúan vagando por una Europa insolidaria (los que consiguen llegar a ella) e indiferente a su hambre, su frío y su sed de justicia. Ellos conocen bien el espanto que los parisinos vivieron esa noche.

El verdadero triunfo del terror y del mal sería, por ejemplo, que encontráramos justificación en la matanza criminal del pasado viernes para olvidar cosas como su desamparo e indefensión. Ellos también pagan el precio de las decisiones criminales de otros.

El verdadero triunfo del terror y del mal es buscar y querer el sentido absoluto, y renunciar a la apuesta por saber de aquello que nos horroriza y que es inabordable por la comprensión.

El verdadero triunfo del terror y del mal sería que encontráramos justificación para dejar de pensar qué hacer con los restos que no se metabolizan, para que no se conviertan en metralla.

No alcanzo a imaginar el horror, el estupor que ha sacudido ahora a la ciudad de París, que antes sacudió a otras, que ahora sigue sacudiendo a tantas. Temo también que las consecuencias de estos terribles acontecimientos impliquen la exacerbación de los radicalismos de todo signo. La justificación y el aliento para que los discursos totalitarios aceleren su paso…

Ya vamos conociendo por los medios las historias singulares de muertos y heridos, historias que no seguirán más o que variarán su curso de manera dramática en su mayoría. Para colmo, muchos son o eran muy jóvenes. No tengo interpretación para ciertos hechos, solo los constato, pero el Stade de France está en una zona de inmigración. Las primeras bombas estallaron frente a locales de comida rápida frecuentados por jóvenes árabes. Los demás atentados ocurrieron en zonas multiculturales, frecuentados por jóvenes.

Entre estas historias singulares está la de Safer, camarero, musulmán, francés. Trabajador en Le Carillon donde murieron 15 personas. Safer arrastró esa noche, arriesgando su vida de manera cierta, a dos chicas heridas de bala hasta el sótano del local, y mientras los terroristas seguían disparando les salvó la vida. Safer dice no entender lo que ha pasado. Le asegura al periodista de la Stampa: «Eso no es el Islam, es otra cosa». Otra cosa…

 

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¿Europa en guerra?

Manuel Montalbán

 

Los atentados terroristas del pasado viernes 13 de noviembre representan un crimen execrable, sin paliativos. Las muestras de condena y solidaridad surgen espontáneamente por doquier. A familias y amigos les queda poco más que acoger el dolor e intentar recomponer memoria, justicia, vida. Los asesinos eligieron bien su diana, atacaron el corazón libidinal de la metrópolis, a los jóvenes, la música, la cultura, el ocio. Dispararon a bocajarro en la sien del flâneur que, como diría W. Benjamin, en su discurrir amable, durante unas horas, podría ser “no otra cosa que protesta inconsciente contra el tempo del proceso productivo”.

¿Y los gobiernos? Los gobiernos deben pensar en (y gobernar para) la ciudadanía. Pero declarar ahora una guerra que viene disputándose desde hace años es, cuando menos, un absurdo, una irresponsabilidad. Sí, una guerra, una guerra hipermoderna que, sólo de vez en cuando, sacude también Europa y Estados Unidos, pero que tiene frentes abiertos sangrantes en el Mediterráneo, en Oriente próximo y medio. Una guerra que Estados Unidos y sus aliados ha extendido como incendio intencionado en la errática limpieza de dictaduras herederas de la descolonización (principalmente británica y francesa) y de la Guerra Fría. Para los desmemoriados quizá sea alejarse demasiado de los análisis precipitados que imperan cada vez que nos golpean el horror y la barbarie.

Barbarie frente a civilización. Es un bocado con el que se nos puede llenar la boca, tanto que atraganta. Anatole France, autor dilecto e inspirador para S. Freud, y rescatado también en varias ocasiones por J. Lacan para su Seminario, anuda ambas, como las dos caras de una sola y única humanidad. Afirma de manera muy clara que lo que los hombres llaman civilización es el estado actual de las costumbres, y lo que llaman barbarie remite a estados anteriores. Así, la barbarie se precipita invariablemente, como un resto adherido, con el propio deterioro de la civilización que llamamos occidental, tanto como barbarie interior, culta, poscolonial, cuanto como fenómeno residual que se retroalimenta en el centro neurálgico de la vieja Europa. Santiago Alba Rico nos recordaba hace unos días, en un artículo aparecido en cuartopoder.es, el diagnóstico de R. Baroud sobre el Estado Islámico como fenómeno interconectado con la periferia occidental del Islam (París, Londres, Bruselas, también zonas del estado español); vivificado, además, por las conversiones y re-conversiones de sujetos atraídos más por la radicalidad explícita desbordada que por el credo musulmán.

El yihadismo radical busca interlocutor, reflejo en el espejo, y no debe encontrarlo en los gobiernos que nos gobiernan, pues su lengua es el estado de excepción y la guerra sin cuartel. La experiencia cercana nos obliga a desconfiar de las soluciones bélicas, señuelos electorales; medidas mediáticas de escaso valor realmente político, como señalaba acertadamente en declaraciones a la T2 francesa el ex-primer ministro Villepin, en un debate en septiembre de 2014 con el título La France en guerre? Eso, y relanzar el estado de derecho, lo que supone apostar por medidas económicas, sociales, diplomáticas, de inteligencia, etc., en la esfera europea e internacional. Frente a eso, el gobierno francés, por boca de su titular de interior, aúna sus propuestas a las del Frente Nacional, partido xenófobo 3.0, y dice que clausurará las mezquitas radicales y actuará contra los imanes que incitan al odio y la violencia. Cuesta encontrar una explicación a por qué las fuerzas de seguridad y la autoridad judicial del país galo no habían actuado ya en este sentido, contra los delitos de incitación al odio, apología de la violencia, al amparo del marco legal existente, sin necesidad de alterar la Constitución bajo las coordenadas de la emergencia nacional.

Palabras sabias las de Freud, a pesar de sus dudas sobre la Sociedad de Naciones, en su despedida epistolar con A. Einstein: “Por ahora solo podemos decirnos: todo lo que impulse la evolución cultural obra contra la guerra”. Lacan, en su aggiornamento del malestar en la cultura, nos señaló además una nueva lectura de la barbarie civilizada en el discurso capitalista, que forcluye la imposibilidad, desencadena la voluntad sin límite, y no es ajeno a la guerra total que quieren hacernos creer necesaria.