Meteoro nº 11 Religión, crisis, lapsus. E. Berenguer, E. Solano-Suárez, S. Sánchez de Castro

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Nº 11 Religión, crisis, lapsus

Contenidos

Crisis, islamismo y muerte. EI y los jóvenes europeos, Eric Berenguer

Lapsus, Esthela Solano-Suárez

Rezos, vagina y miedo, Sagrario S. de Castro

 

Edición para imprimir Nº 11 Religión, crisis, lapsus

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Crisis, islamismo y muerte. EI y los jóvenes europeos

Eric Berenguer

Psicoanalista en Barcelona, licenciado en Psicología Clínica. Analista Miembro de Escuela (AME) en la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) y la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Docente de la Sección Clínica de Barcelona-ICF.

“Mientras que los dioses, cada uno en su momento, salen del templo y se convierten en profanos, vemos por el contrario que cosas humanas y sociales – la patria, la propiedad, el trabajo, la persona humana – entran en él una tras otra.”

Marcel Mauss, Introducción al análisis de algunos fenómenos religiosos, 1906.

Hace unos años Eric Laurent y Jacques-Alain Miller nos iluminaban, con su El Otro que no existe y sus comités de ética[1], acerca de lo que podemos situar como el momento en que se inició en Occidente la fase actual de lo que seguimos llamando crisis. Se trataba, en especial desde los años 80, del cuestionamiento o la desaparición, a escala global, de toda una serie de figuras que habían velado lo que Lacan designó como un agujero estructural (“no hay Otro” primero, luego “no hay relación sexual”). Todo indica que estamos ya claramente en una época distinta. De lo que ahora se trata es de efectos de retorno bajo modalidades varias, algunas de ellas brutales. Asistimos a lo que podemos considerar suplencias de ese vacío central – agujero negro en el centro la galaxia de la civilización humana o la cultura, por usar términos de resonancias freudianas.

En efecto, el mundo es un hervidero de fundamentalismos, viejos, nuevos o renovados, francos o disimulados, que aportan su respuesta masiva antes incluso de que se alcance a formular cualquier pregunta. El fundamentalismo del mercado ocupa el lugar de una creencia impensada, la del derecho a gozar, que no es menos fuerte por el hecho de presentarse como una radical increencia. Por otra parte, fundamentalismos nacionalistas y religiosos le responden con no menos radicalidad, explicitando una violencia que en él es sólo implícita. El poder multiplicador de la escena mundial, que permite que una imagen cruenta recorra el mundo en centésimas de segundo, es la caja de resonancia ideal para que la maquinaria se retroalimente.

Estas respuestas se producen, por otra parte, con una inmediatez que elimina el tiempo para comprender y de acuerdo con una espacialidad en la que la lejanía, con sus efectos moderadores, ya no existe. Así, lo más radicalmente extraño no está lejos, sino que es inmediatamente accesible. La aldea global de Marshall McLuhan ha dado paso a un vecindario global, incluso a un “rellano” global, por aludir a un término que usó Lacan en “Structure des psychoses paranoïaques” (1931)[2], cuando habla de “délire du palier” (rellano) para describir la estructura y dinámica del delirio de interpretación. Las formas de gozar del otro están siempre demasiado presentes, demasiado distintas unas veces, demasiado parecidas otras – pero siempre, en todo caso, demasiado cerca.

Ahora bien, en estos modos radicales de anulación del sinsentido (Aller Unsinn hebt sich auf!, en palabras de Schreber[3]), la dimensión religiosa adquiere un papel particularmente importante. Entonces, ¿la religión vuelve, o es que de algún modo nunca nos abandonó? Ambas cosas son ciertas. Lacan predijo el retorno de la religión, que sin duda se está verificando, pero esto no le impidió situar en la estructura el origen de toda experiencia religiosa: “como el Otro no existe, no me queda más remedio que tomar la culpa sobre Yo [Je], es decir, creer en aquello a lo que la experiencia nos conduce a todos, y a Freud el primero: al pecado original”[4].

Esto instala la raíz sacrificial de lo religioso en el corazón de la subjetividad del ser hablante. Luego su célula elemental es tomada a cargo por una diversidad de discursos, en los que los sujetos encontrarán su lugar a partir de sus propias condiciones. No hay en ello el menor privilegio de la psicosis: el delirio del que aquí se trata puede ser ampliamente compartido en lo social, aunque como es lógico cada cual podrá sentirse más o menos llamado a sacrificar a otros o a sacrificarse él mismo en función de la fragilidad específica de su momento subjetivo o de la intensidad de su odio. Aquí el “todo el mundo está loco” que dio título al curso de Jacques-Alain Miller del año 2007/2008[5] tiene una expresión destacada.

En lo que se refiere a la fragilidad ante el impacto de ciertos discursos, la adolescencia se revela como un momento particularmente sensible. No está de más recordar el efecto del cristianismo naciente sobre adolescentes romanos que, con el mayor desprecio de la muerte, desafiando todas las convenciones sociales, rompían los lazos familiares y respondían con entusiasmo a la llamada del martirio ante la estupefacción general. Algunas de las historias que podemos leer en los diarios en estos días no dejan de recordarnos, extrañamente, destinos trágicos que encontramos reflejados en textos antiguos. Aunque el hecho de que aquellos jóvenes, catecúmenos o fieles recientes, adoraran a un Dios que promovía el amor universal de los hombres ponía el sacrificio exclusivamente de su lado.

La propaganda de EI (autollamado «Estado Islámico») no ignora el impacto sobre los jóvenes de un discurso extremo, que no vacila en levantar el velo que normalmente cubre la muerte y la destrucción y que, por otra parte, invita al sujeto a encontrar un lugar heroico asociado a alguna forma de sacrificio, propio, ajeno o ambos combinados. Por este motivo ha desarrollado líneas específicas destinadas a los jóvenes, distinguiendo incluso las modalidades discursivas que pueden llegar mejor a los chicos y las que pueden llegar mejor a las chicas. Todo ello apoyado, por otra parte, en narrativas que tienen muy en cuenta ciertas condiciones de la época, los mensajes que mejor llegan a las nuevas generaciones y las iconografías que tienen más impacto sobre ellas.

Dounia Bouzar, Christophe Caupenne y Sulayman Valsan, en su monografía La métamorphose opérée chez le jeune par les nouveaux discours terroristes[6], destacan que la propaganda en cuestión adopta temas, formatos e imágenes característicos de ciertos juegos de video como Assassin’s Creed[7], para presentar bajo ciertas convenciones discursivas e icónicas toda una serie de elementos de la historia del Islam que se prestan bien a tal narrativa heroica. Lo cual no resulta difícil, dado que el propio juego se inspira en la historia de la secta de los Ḥashshāshīn, se origina en la época de las cruzadas y tiene como escenarios primordiales Damasco y Jerusalén, donde el héroe-asesino debe obedecer ciegamente las órdenes de su maestro – por supuesto, calificado de santo. Sus misiones, aunque revistan características extremadamente violentas, están destinadas en última instancia a ser instrumentos de la justicia divina. Su violencia, por muy brutal que sea, es presentada como el único remedio ante una violencia considerada mayor, y contra la injusticia.

Por otra parte, el juego pone en acto lo que podríamos considerar una modalidad cronológica de la globalización, con la capacidad del héroe para moverse entre todas las épocas, de tal manera que las diferencias históricas, las barreras temporales, quedan anuladas – en consonancia con el discurso de EI, que interpreta la época actual, sin transición alguna, en los términos de una versión histórica del Islam y en particular de las cruzadas. Así, por ejemplo, en el capítulo del juego llamado “Unity”, que apareció en noviembre del 2014, el jugador puede integrar en esta misma trama la decapitación, de la que puede encargarse él mismo, del rey de Francia. Además, como subrayan Dounia Bouzar et al., el mismo título del juego evoca la noción de “tawhid”, en árabe, que significa “el retorno al principio divino y que no existe nada fuera de Dios”.

Luego las sutilezas del adoctrinamiento sabrán hablar al fantasma de cada cual a través de una serie de personajes diversos (característica propia del juego de rol), en los que rasgos de identificación muy variados están disponibles: honor, venganza, justicia, libertad, son algunos de los significantes que orientan estas identificaciones, encarnadas en personajes extraídos de una historia del Islam adaptada a las necesidades presentes. Y, last but not least, cabrá encontrar el encaje específico de chicos y chicas, respectivamente, en papeles que les hablan más a ellos y papeles que les hablan más a ellas. Con respecto a estos últimos, su variedad se inscribe bajo la enseña común de hacer existir a La mujer, algo que para las adolescentes puede llegar a ser particularmente atrayente en una época en que la construcción del género, tan lábil como obsesivamente omnipresente y masificada, tiene dificultades para alojar la pregunta de cada una por su forma de goce singular.

Por otra parte, el origen del conjunto de los jóvenes que han respondido de algún modo a esta clase de llamada, en particular para emigrar a Siria, ya sea como combatientes o como esposas de combatientes, es muy diverso. Sin duda, algunos de ellos, aunque no la mayoría, son de origen musulmán, pero muy a menudo se demuestra que no han manifestado una religiosidad particular en la mayor parte de su trayectoria vital previa a lo que refieren como una conversión.

Entre los implicados en actos más violentos o de terrorismo, los hay que han tenido vidas particularmente extraviadas en las que han incurrido en cosas que, para el discurso religioso al que luego se convertirán con particular virulencia, constituyen pecados, por los que algo o alguien tendrá que pagar. Lo cual da a sus actos posteriores, lo sepan ellos o no, un aspecto de expiación. Podemos preguntarnos si en ocasiones esa forma de inmolación en la que el asesinato del otro coincide con el suicidio, se presenta, al final de un recorrido de radicalización, como la única salida: Aufhebung desesperada en la que se trata de restituir un sentido último antes de la desaparición, devolviendo así un valor, en un instante destinado a hacerse eterno, a una vida que lo habría perdido sin remedio. En este punto, la reunión del asesinato con el suicidio aumentaría la eficacia del sacrificio y atribuiría una forma paradójica de legitimidad a la más cruda expresión del odio contra sí y contra los demás.

La versión más violenta del discurso de EI tiene un impacto particular en musulmanes jóvenes que, por su vida en Occidente, han participado de formas de gozar (de la vida) por las que ahora deben responder ante un tribunal religioso global. Este último, poniéndolos entre la espada y la pared, les hará pagar por ello, haciendo de su autoinmolación, además de una forma cínicamente velada de ajusticiamiento, una muerte útil para su causa.

Con todo, no hay que olvidar que la mayoría de jóvenes conversos atraídos por la propaganda, destinados en buena parte a ser pura y simple carne de cañón o esposas en serie de guerreros sucesivos, provienen de familias muy diversas, algunas de ellas cristianas, también en algún caso judías, pero mayoritariamente agnósticas o ateas. Y que la conversión de sus hijos jóvenes adquiere a veces el matiz de una denuncia contra los padres por una vida demasiado secularizada o no lo bastante consecuente con los preceptos religiosos inscritos en una genealogía.

La pregunta que podemos hacernos entonces, más allá de las respuestas que los distintos países de Occidente buscan, por el momento a ciegas, entre las fórmulas policiales y las fórmulas bélicas, es: ¿cómo hablar de otro modo a estos jóvenes a los que EI habla? Algo del destino de no pocos de ellos se juega en internet, en las escuelas, en las calles, no en las mezquitas. Sería bueno que cada uno que se encuentre en la posibilidad de hacerlo les hable y sepa escuchar sus respuestas, que no siempre serán cómodas ni correctas.

 

[1]   Eric Laurent, Jacques-Alain Miller, El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, 2005.

[2]   Jacques Lacan, De la psychose paranoïaque dans ses rapports avec la personnalité, Seuil, p. 212.

[3]   Citado en Jacques Lacan, “D’une question préliminaire à tout traitement possible de la psychose”, Écrits, p. 574.

[4]   Jacques Lacan, “Subversion du sujet et dialectique du désir dans l’inconscient freudien”, Écrits, p. 820.

[5]   Jacques-Alain Miller, Todo el mundo es loco, Paidós, 2015.

[6]   Dounia Bouzar, Christophe Caupenne y Sulayman Valsan, La métamorphose opérée chez le jeune par les nouveaux discours terroriste. Recherche-Actil sur la mutation deu processus d’endoctrinement et d’embrigadement dans l’Islam radical. Avec l’aide de l’équipe du CPDSI, des familles et des partenaires. 2014

[7]   Se trata de un juego publicado por Ubisoft a partir de 2007, cuyas sucesivas versiones abarcan un tiempo histórico que va desde ha Tercera Cruzada hasta Inglaterra Victoriana, pasando por la Revolución Francesa. Enfrenta a dos sectas, la de los Asesinos y la de los Templarios. El juego se desarrolla a partir de la historia del protagonista Desmond Miles, un simple barman que es descendiente lejano de un linaje de los Asesinos. Miles es raptado por la megacorporación Abstergo Industries, rostro visible actual de la sociedad de los Templarios, conocedora del linaje ancestral del humilde barman.

 

 

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Lapsus

Esthella Solano-Suárez

Psicoanalista en París (Francia), psicóloga. DESS de psychologíe clinique et pathologique, DEA du Champ Freudien por la Universidad París VIII. Ex-Analista de Escuela. Analista Miembro de Escuela (AME) en la École de la Cause Freudiene (ECF) y la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).

 

Hace un momento, completando un formulario administrativo, lo feché el día 11 de noviembre del 2015. Ya a punto de enviarlo, me percaté del error. Había escrito una fecha que correspondía al mes pasado. Me pareció curioso ese lapsus que urdió mi inconsciente. ¿Por qué el mes pasado? ¿Es que no quería tomar en cuenta que corría ya el mes de diciembre, ultimo de este año en curso que se fugó con tanta prisa? Sin duda que el deseo imposible de detener el tiempo que pasa, se filtró en este error de escritura. Pero esta significación evidente no me satisfacía. Quedaba algo opaco que me intrigaba. Y ese algo se me reveló: el 11 de noviembre del año 2015 anulaba el 13 de noviembre, fecha fatídica de los atentados en París. De ese modo mi inconsciente quería, volviendo atrás, anular el hecho, borrarlo inscribiendo una fecha ficticia, la cual hacía valer la promesa de un mes de noviembre nuevo, aún no escrito.

Sin duda que la fecha fatídica del 13 de noviembre, donde un real sin sentido y sin ley se impuso con su saldo de muerte y desolación, ha marcado en el espíritu de todos un antes y un después.

Los efectos y consecuencias son múltiples y dejan una traza indeleble, anunciando una nueva época en la que aparece la faz destructora de las consecuencias del capitalismo y del discurso de la ciencia, en un retorno sacrificial y mortífero de lo religioso que engendra un nuevo tipo de guerra. No me adentraré en el análisis del surgimiento de este real. Solo indicaré que nos deja entrever el rostro infame de un dios que reclama sacrificios anulando la sustitución simbólica que se opera en el sacrificio de Abraham. En consecuencia, el cordero sacrificial forcluido del texto en lo simbólico aparece en lo real, encarnado en cualquier cuerpo, uno o múltiple de los llamados «infieles», o en cualquier cuerpo de los que diciéndose fieles, se inmolan en el altar de la destrucción.

Justo un momento antes de la hora fatídica, ese 13 de noviembre, nuestra comunidad de trabajo, la Ecole de la Cause Freudienne, celebraba su Asamblea General anual. Numerosos colegas de otros países nos acompañaban y compartían con nosotros la alegría de ese momento en el cual se cerraba un balance anual positivo. Un punto de capitón que ponía en evidencia la riqueza de la acción lacaniana efectiva. Y más aún, las Journées 45 sobre el tema «Faire Couple», preparadas durante un año en forma ejemplar, habían suscitado un entusiasmo y un ardor sin par reflejado en sus 3400 inscritos. Un cocktail nos reunió al cierre de la Asamblea. El brindis se imponía. El día siguiente nos esperaba a todos y a cada uno en sus puestos respectivos de trabajo.

Regresando a mi casa nada me hizo pensar en el drama. La circulación era fluida; París y su Rive Gauche presentaba el rostro nocturno e iluminado de una noche de noviembre cualquiera.

Al llegar consulto la prensa y me encuentro con el horror. Muerte, desolación, jóvenes aniquilados, vidas arrancadas . ¿Dónde ? Aquí al lado, cruzando el Sena, en bares y terrazas, en restaurantes, en una sala de conciertos, donde van los jóvenes a pasar un momento el viernes por la noche, en ese sector de París que desde hace menos de dos décadas se fue transformando en lugar de moda frecuentado por la juventud.

Aniquilados. Ejecutados vilmente. Simplemente porque la fiesta, la música, un trago, una copa, una cerveza, el encuentro, la conversación, un cigarrillo o no en la mano, sus formas de vestir, sus formas de gozar de la vida, ese tipo de lazo social que los une en la amistad sin discriminación de sexos, ese tipo de vínculo, simplemente la idea de festejar, festejar un aniversario entre amigos, o simplemente festejar estando ahí, con otros, festejar la vida, la libertad de circular, de reunirse, de hablar de una cosa y otra, o de nada; eso, simplemente eso, les valió una vil ejecución.

Nuestras Journées, en función de las circunstancias de duelo y de seguridad, fueron anuladas. Durante 45 años, con una precisión de metrónomo, la Ecole de la Cause celebró sus Journées de trabajo y de estudio sin interrupción. Esta vez los atentados inscribieron un agujero, un hueco. El mismo hueco que nos proponíamos cernir e interrogar en nuestro afán de elucidar desde el discurso analítico, qué es lo que permite hacer pareja cuando el rapport sexual no cesa de no escribirse para los seres hablantes. Ese agujero que es lo real de todo lazo social quedaba salvajemente expuesto en el ataque perpetrado, atentando a nuestro modo de hacer lazo social en una sociedad regida por los valores democráticos de la República.

Ese non rapport, con su saldo de sin sentido y sin ley, estuvo en el orden del día en las sesiones de cada analizante. Cada uno, más allá del pathos subjetivo, se sintió implicado profundamente. No a nivel de lo que socialmente unos y otros declaran públicamente, participando ya sea en el análisis político de lo ocurrido, ya sea en el homenaje a las víctimas, ya sea en la protección civil; es decir, todo aquello que a nivel discursivo la sociedad moviliza como ceremonias para calmar y curar el tejido social afectado. No, lo que pude comprobar es que los analizantes, hablando de los atentados en el seno del lazo social inédito que es el discurso analítico, se encontraron extrayendo al «terrorista», al «yihadista» que los habita. Solo daré tres ejemplos de esto.

Una madre, muy afectada por las circunstancias ya que su domicilio se encuentra a dos pasos de uno de los bares atacados, se asombra de sentirse extrañamente culpable por lo ocurrido. Recuerda entonces un sueño que tuvo unos días antes del drama. Soñó que le anunciaban que había perdido a sus dos hijos, que habían muerto. Eso era todo. El afecto que acompañaba al sueño era una extraña indiferencia. Ahora comprende que la culpa ante los atentados proviene de ese sueño; ella había hecho desaparecer a sus hijos, con los cuales desde hace un tiempo tiene serios problemas de relación. El reverso gozoso y sacrificial de su amor de madre se le tornó evidente. Por eso el efecto de culpa de los atentados.

Una joven mujer que estaba en uno de los bares atacados esa noche sufrió heridas sin mayor gravedad. Después de recibir asistencia médica pudo regresar a su casa, pero desde entonces sus noches están invadidas de pesadillas atroces. Se despierta angustiada, bañada en sudor, aterrorizada. Podríamos considerar que es típico de quien ha vivido una situación altamente traumática. Ahora bien, la pesadilla es siempre la misma: ella ejecuta a su padre, fríamente. El estampido del arma la despierta.

Su padre era un hombre maltratador. Golpeaba a la madre y a los hijos varones. Por esa razón, su madre se escapó de la casa con los niños y luego solicito el divorcio. La paciente tenía 5 años y nunca mas vio a su padre.

Ahora recuerda que siendo pequeña deseó que su padre muriera, y más aún, deseó tener un arma como las que esgrimían los policías en las películas para aniquilar a los malhechores, y con ese arma defender a su madre y sus hermanos eliminando al padre. La pesadilla repetitiva y la angustia correlativa le permite cernir que el peligroso yihadista la habita íntimamente en la permanencia de su deseo infantil.

Un hombre de cincuenta años comenta que, extrañamente, los atentados han exacerbado en él el odio a los musulmanes, también a los judíos y a los policías. Le asombra encontrarse imbuido por estos sentimientos negativos, dirigidos a objetos tan contrastados, en un momento dramático.

Se interroga sobre cuál sería para él el rasgo común entre estas tres categorías heteróclitas que generan su odio. Encuentra que atribuye a las tres el confort de pertenecer a una comunidad que los protege. Le asombra lo disparatado de esa asociación de ideas. Se interroga al respecto ya que él es una persona que esta bien integrado en una comunidad de trabajo, integrado social y afectivamente, y posee una familia bien estructurada. Es un marido y padre que asume su función.

Recuerda entonces que a él, cuando nació, sus padres lo confiaron a los abuelos maternos. Como la pareja trabajaba, recuperaban al niño solo los fines de semana. Esta situación se prolongó hasta que cumplió 6 años y comenzó la escuela primaria. Si bien esta situación nunca le pareció que engendrara para él una pena o un conflicto ya que era el niño mimado por dos parejas, ahora, las lágrimas se imponen. Lágrimas que testimonian de un afecto que siempre estuvo reprimido. El sentimiento de abandono, de haber sido un objeto que molestaba en la vida cotidiana de la pareja de los padres, un objeto desechado, surge con gran intensidad. Ese lugar de objeto excluido, objeto sacrificado en aras del confort de los padres, inspira su odio hacia quienes él supone que están incluidos en una comunidad. En esta posición, él encuentra que participa íntimamente del goce mortífero y sacrificial del yihadista.

Estas tres viñetas clínicas nos permiten cernir que la ética del discurso del analista, que es el reverso del discurso del amo, implica para cada sujeto la extracción del objeto «éxtimo», del objeto de un goce obscuro y sacrificial, ignorado por el sujeto mismo, que nos habita.

El psicoanálisis es el único discurso que abre hacia la captura, el vaciamiento y la exposición del goce opaco que «se goza» en el cuerpo, mas allá del yo y sus avatares imaginarios, en el lugar del Uno que ex-siste.

 

 

Rezos, vagina y miedo

Sagrario S. de Castro

Psicoanalista en Madrid, licenciada en Psicología y en Economía. Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) y la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).

 

Tan solo hace dos días, caminando a otro lugar, me encontré con mi colegio. Allí, en el patio del recreo, mi amiga me reveló cómo los niños salían por el culo de las mamás – así me lo dijo- , y aún recuerdo el gesto que hizo con sus manos ante mi incredulidad de que pudieran caber por un agujero tan pequeño; más inverosímil aún fue la versión de mi mamá que, ofendida, me hizo saber que los niños nacían yendo a la iglesia y rezando mucho.

Era una época oscura, muy oscura, en la historia de España, pero las niñas, aun no sabiendo -como el genio de Freud había ya señalado, hacía algunos años,- de  la existencia de la vagina, nos acercábamos más a lo real que aquellas madres a las que volvieron locas; locas hasta el punto de colgar jesucristos crucificados y sangrantes sobre sus camas matrimoniales.

Mi colegio se llamó “Catorce de abril” por expreso deseo del Presidente de la II República de España que lo inauguró, acompañado del Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes y el Alcalde de Madrid, en 1933 (por cierto, el primer año en el que las mujeres pudieron votar en este país). Hasta hace dos días no he sabido quien construyó mi colegio; vi las puertas abiertas, los niños jugando -como entonces-,  y pasé;  me identifiqué a la directora como antigua alumna y me regaló un libro, precioso, que relata una historia, iniciativa única: celebra 75 años de enseñanza pública; ensalza a la Institución Libre de Enseñanza, que encabezó Giner de los Ríos;  también a los 36 primeros años del siglo XX como “la edad de oro de la pedagogía española”; rinde honores a todos aquellos que trataron de educar al pueblo y habla en los términos justos de la dictadura que nos asoló.

Ahora que advertimos el miedo que provoca el terrorismo en la sociedad, habría que preguntarse también por sociedades que, como la española, han vivido siempre impregnadas de él. Dª Ascensión Mendieta, que va a poder recuperar “los huesos de su padre” –según ella misma dice- gracias a la primera sentencia judicial en España que permite abrir una fosa de asesinados por el franquismo, preguntó al final de la entrevista si no les causaría algún daño ese personaje del partido ultra conservador que nos gobierna, que afirmó que las personas buscaban a sus muertos por el dinero de las subvenciones.

A mi colegio, inaugurado como Grupo Escolar Catorce de Abril, la dictadura lo nombró José Calvo Sotelo;  por poner otro ejemplo, al Grupo Escolar Pablo Iglesias lo nombró Isabel  la Católica…, y así fue cambiando nombres a otros muchos. No solo el poder sabe la importancia del nombre, nosotros como psicoanalistas también; sería bueno recordarlo, e investigar la historia de los nombres de los colegios y las calles de nuestro país, porque andamos inmersos en lo siniestro; por ejemplo, saber que José Calvo Sotelo fue un ministro de la Dictadura de Primo de Rivera que huyó para evitar ser juzgado por sus responsabilidades  y que, en sus discursos de los primeros meses de 1936, llamaba al ejército; fue considerado por la Dictadura de Franco como el protomártir, sí, el primero de los mártires de lo que esa llamó Cruzada y Movimiento Nacional. También, y por los tiempos que  corren, parece útil recordar que el nombre de Isabel la Católica, conmemora, entre otras cosas, el fin del dominio de la cultura musulmana en España, el fin de Al-Andalus, expulsiones de musulmanes y judíos; y la vuelta al ensalzamiento de la barbarie de los valores mercenarios representados por esa figura  -que la propaganda hizo heroica-  del Cid y a la que, aún, en nuestros primeros años del siglo XX, políticos con alguna ética, le deseaban “doble llave de sepulcro”.

Las mujeres de la Dictadura de Franco no pudieron votar nunca; pasaron hambre después de una guerra en la que ganó el fascismo; a las solteras se las llamó solteronas y se les vetó el sexo; a las mujeres se les obligaba a dejar de trabajar cuando se casaban; no podían abrir una cuenta corriente sino con su marido; el sexo era una obligación más dentro del matrimonio; y educaban a sus hijas y a sus hijos… como podían. El deseo femenino lo instalaron los poderes en el orden de lo sacrificial.

El poder absoluto está siempre empeñado en incautar información, tergiversar la historia y borrar memorias; todo lo contrario de lo que propugna el psicoanálisis; por ello, deberíamos abominar de todos aquellos que dicen que no es importante cambiar los nombres que nos dejó, porque eso significa profanar la segunda muerte, la simbólica, seguir celebrando a los usurpadores de la libertad y a los asesinos, y de la manera más siniestra: en la intimidad de  nuestras calles y de nuestros colegios.

Estos relatos están en nuestras consultas; si pensamos que esto ya pasó, que los descendientes del horror estábamos ya libres; si no convertimos la historia en hystoria, si no reflexionamos -en nuestra labor de psicoanalistas- cómo ha marcado esto las subjetividades de España, no sabremos nunca si hay un particular en las neurosis de las mujeres y los hombres de nuestro país. La reflexión sobre la segunda muerte, sobre el miedo impregnando la sociedad, sobre el deseo femenino ahogado, sobre los nombres y la mentira permitidos, sobre la impunidad de los asesinos, se hace imprescindible.

Y al hilo de todo lo dicho, me parece fundamental recordar que es muy, pero que muy, difícil engañar a las niñas, que siempre intuyen lo real; así como reiterar que las preguntas que uno se hace en la infancia, son de tal envergadura,  que le persiguen a uno toda la vida…, hasta conseguir respuesta.