Meteoro nº 10 Insumisos de la educación, clínica de la civilización. R. Zaidel, O. Montón, S.E. Tendlarz, A.R. Najles

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Nº 10 Insumisos de la educación, clínica de la civilización

Contenidos

Rinoceronte, Rosalba Zaidel

Dejar de ser sumisos en la educación, Olga Montón

Testimonios de autismo. Los casos relatados por Donna Williams, Silvia Elena Tendlarz

No hay clínica del ser hablante sin clínica de la civilización, Ana Ruth Najles

 

Edición para imprimir Nº 10 Insumisos de la educación

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Rinoceronte

Rosalba Zaidel

 

En los primeros días de discursos improvisados alrededor del trauma y la consiguiente desolación, las declaraciones de guerra por un lado, los evidentes cálculos electorales de mezquindad oportunista, la rampante xenofobia, se plantean pocas preguntas sobre qué hacer ni cómo, sino cuándo y cuánto. Toda voz discordante con el grito de guerra es catalogada de “buenismo”.

Los debates y las declaraciones, los movimientos bélicos sin otra estrategia que mostrar músculo y, sin embargo, dando a ver algo así como un pato sin cabeza, podría ser ilustrado con la obra Rinoceronte de Eugène Ionesco, en la que, debido a un extraño fenómeno, una población de provincias sufre una mutación a la que finalmente el desconcertado protagonista se pliega; escrita en la Rumanía de los años cincuenta, fue interpretada como un alegato contra los totalitarismos pero Freud ya lo explicó muy bien en Psicología de las masas y análisis del yo.

En esos días siguientes al horror del viernes 13 parisino, el teatro del absurdo resultaba más apropiado que las sesudas justificaciones a tanta reacción en cadena, pues las primeras acciones bélicas recordaban al borracho que busca la cartera debajo de una farola, aunque la ha perdido en otro sitio, por la sencilla razón de que allí hay luz.

La segregación por venir, diagnosticada por Lacan cuando se estaba celebrando la conformación de lo que se llamaba entonces el Mercado Común Europeo, toma ahora, dos generaciones más tarde, cuerpo real en estos seres que creen que, al fin, forman parte de un colectivo victorioso aquí o en el otro mundo, que pretende poder arrasar aquello dentro de lo cual ellos mismos han crecido como ciudadanos, el mundo heredero de la Ilustración. La mejor explicación del contagio rinoceróntico parece ser la siguiente: el mejor imam es Google, es decir, sus seguidores no pertenecen a otra comunidad política ni religiosa que la de aquellos usuarios identificados con sus promesas virtuales de poder y felicidad, futuro garantizado en base a una vida de prohibiciones.

Para cuando están reabriendo los lugares de la tragedia podemos por fortuna contar ya con reflexiones que abren ese cielo encapotado de las primeras semanas: J.C.Milner (Le Monde 19.11.15), F.Regnault (Lacan Quotidien 548) y G.Briole (L.Q. 547bis) han abierto espacios en los que sobrellevar este aftermath, el tiempo para asumir las consecuencias del trauma: dirigen la mirada sobre la encrucijada ética a la que se ven abocados los ciudadanos europeos de cultura islámica, o bien, cómo lo insoportable de la castración se elide en base a las prohibiciones del fanatismo, aportando la memoria de otras guerras, en el recuerdo del destino que tenían, en la época de los conflictos por la descolonización, aquellos sujetos de las “mentes hirvientes” (têtes brûlés) que terminaban en la delincuencia o la pura exclusión. Es de agradecer especialmente la llamada al uno por uno, en la experiencia de una mujer ilustrada Dounia Bonzar, una voz para llamar la atención sobre el trabajo posible contra la deshumanización que supone el radicalismo.

Segregación, deshumanización y eliminación (o bien dejar morir) son acciones tributarias y sus testigos actuales claman, de manera ya poco visible en los medios informativos, desde el este y sur de Europa.

Ahora bien, un llamamiento a la guerra general necesita de la uniformidad del discurso como antídoto de la barbarie, cuando ésta, si se ataca de frente y con las mismas armas, sólo se hace más consistente, justificada en sí misma y en sus metas. Alex Salmond, en la línea de Jeremy Corbyn, recordaba en sede parlamentaria (The Guardian 4.12.15) que con lo que cuesta un día de bombardeos se podría hacer un barrido informático del mundo entero a fin de neutralizar ese Google imam.

Ionesco, haciendo reír, dejaba al público con la reflexión a su cargo, lo absurdo de la escena hacía pensar, dejaba entrever la potencia de discursos destinados a adormecer, anonadar a los sujetos, frente a lo que ahora llamamos desigualdad, antes injusticia. En este sentido, en el de los efectos que la desigualdad ocasiona cuando poder y dinero se manejan al unísono, un atinado artículo en La Vanguardia (6.12.15): el historiador J.E. Ruiz Doménec recuerda que la Jihad comienza en el siglo VII, precisamente en una época en que, gracias a las guerras entre el imperio bizantino y el persa, en las poblaciones de la península arábica que así se enriquecían, “la distancia entre un palacio de la Meca y una tienda en el desierto se hizo cada vez más evidente”.

 

 

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Dejar de ser sumisos en la educación

Olga Montón

-“Tía dime algo, tengo miedo porque está muy oscuro”.

Y la tía le dice: “¿De qué te servirá, si no puedes verme?”

Y el niño le responde: “Esto no importa, hay más luz cuando alguien habla”.

S. Freud, “Tres ensayos de teoría sexual” (1905)

 

Una escena. Paseo por el parque. Unos padres, sentados, callados, de brazos cruzados, dejan llorar desesperadamente a su bebé en la silla de paseo. Un grito, más que un lloro, en soledad. El bebe grita su desamparo en la existencia parlante, sexuada y mortal. El sujeto viene al mundo desamparado y necesita del otro con su palabra y su cuidado. El lactante depende de otra persona para satisfacer sus necesidades, se halla sin recursos para poner fin a esa tensión interna que dejará unas marcas indelebles. Pero esto es para todos. Lo que es distinto es la respuesta que el Otro da a ese llanto. El Otro está del lado del capricho para el bebé. El bebé no sabe qué respuesta tendrá, no sabe que esperar del Otro. Vemos en la escena del parque la interpretación que los padres hacen de esa llamada, como si ese grito fuera siempre de la necesidad. Los padres confrontados al lloro hacen lo que algunos profesionales mal orientados les aconsejan: “déjelos llorar, si la necesidad está satisfecha (comida, limpieza, sueño), ya se le pasará”.

Esta dependencia implica un desamparo existencial que marcará la vida y genera una angustia que no tiene representación. Freud asocia la angustia a la espera, ya sea la espera pasiva sin expectativa, ya sea la espera de un acontecimiento, la espera de algo.

Cada vez que el bebé llora no siempre es necesidad de comida. Sobre todo es necesidad de amor, de amor transmitido con la palabra. Que te hablen es un signo de amor, de reconocimiento de tu existencia.

Se necesita de la palabra del Otro para sostenerse y representarse. El lenguaje no es sólo una vía de comunicación o de información sino, fundamentalmente, es la dimensión en la que se forma el ser. De ahí que Lacan se refiera al “ser hablante” (parletre). El niño está representado por un deseo, un deseo que localiza en el Otro, en los padres, en los que se ocupan de él. Y ese deseo se transmite con la palabra.

Pero ¿qué sucede si la respuesta del Otro es el silencio? Responder con el silencio lleva a la angustia. ¿Qué sociedad estamos preparando? ¿Cómo podemos admitir responder al llanto de un niño con el silencio? Parece todo del orden del adiestramiento y la modificación de conducta. Eso sí, todo adornado y edulcorado por el sacrosanto ámbito de las emociones. Algunos profesionales pretenden controlar las emociones sin preguntarse nada sobre el sufrimiento, sobre el deseo, sobre lo más singular y subjetivo que acontece al ser humano.

Los bebés incorporan su cuerpo a través del lenguaje, entran en el lenguaje al mismo tiempo que definen los bordes de su cuerpo. El psicoanálisis nos enseña algo radical: el modo en el que el lenguaje se inscribe en el cuerpo y cómo el lenguaje constituye la relación con el mundo.

Muchos padres y educadores, a caballo entre la ingenuidad y la vaguería subjetiva, adquieren fácilmente su reserva de plaza en el dispositivo cognitivo conductual. Como lo refleja la película “Inside Out” de Pixar de tanto éxito. La película está toda ella cargada de los mecanismos del aprendizaje instrumental: estimulo-respuesta-refuerzo.

Y es que la enseñanza en el mundo occidental que devalúa el pensamiento crítico e intelectual hace bien su trabajo. Implementado el modelo que impide el pensamiento crítico e independiente, que no permite razonar sobre lo que se oculta tras las explicaciones y que por ello mismo, fija éstas como las únicas posibles. Considerando a las personas como máquinas, como autómatas, como animalitos herederos de Pavlov adiestrados, pretenden un control y una regularización. Una vuelta de tuerca más pensada para la domesticación de los ciudadanos. En definitiva para la sumisión a una idea educativa terrorífica: ser adulto y ser feliz pasa por el control, el aprendizaje y la modificación de sentimientos y pensamientos. “Déjelo llorar hasta que controle, así aprenderá”.

En la idea de que el lenguaje no es ambiguo, algunos profesionales abordan el sufrimiento como si se pudiera suprimir a base de voluntad. Como si el inconsciente no existiera, cosa más que admitida por todo el mundo, usado cotidianamente pero para des-responsabilizar al sujeto. “Ha sido inconsciente” se dice.

Hacerse representar por el lenguaje, que es preexistente, es más difícil para algunos sujetos

¿Cómo puede el sujeto encontrarse representado en la cadena significante y alojarse allí? Está representado allí por un deseo, un deseo que el niño localiza en el Otro, en los padres, en los que se ocupan de él. El niño, todos los niños, no pueden reconocerse a menos que esté la palabra de un adulto que lo designe como tal, que lo designe como siendo él.

Es aquí, en este estado de las cosas, donde el docente puede intervenir. El maestro puede suponer un encuentro contingente distinto y singular, que puede permitir construir un nuevo lazo con el otro, más allá de la familia que le ha tocado. Dando lugar al sujeto, sujeto de derecho, la institución hace valer la singularidad de cada uno.

Jacques Lacan nunca consideró la existencia de una salud mental puesto que forma parte de la esencia misma del discurso analítico cuestionar de raíz los conceptos de bienestar, adaptación, normalidad, etc. Es una de las razones por las que el psicoanálisis se diferencia de la psicología.

El psicoanálisis lacaniano no considera que el síntoma tenga que ser erradicado a cualquier precio. Para los lacanianos el síntoma no es percibido como algo a borrar, sino como algo con lo que hay que arreglárselas. Es como una solución, una manera que el sujeto tiene de arreglárselas con lo que no se puede reabsorber. Una parte de eso le hace la vida imposible al sujeto pero otra parte le es muy útil. El síntoma sirve a una causa y a veces es útil no moverlo demasiado, o en todo caso no demasiado rápido, justamente para no privarlo de ello de manera precipitada.

Haciendo desaparecer el síntoma desaparecería la subjetividad, lo que nos hace únicos.

Si impedimos por la fuerza que un niño pueda hacer uso de su síntoma es probable que se produzca otra cosa, la clínica lo demuestra. El síntoma se desplaza sobre otra cosa y en los casos más graves incluso puede conducir al pasaje al acto.

Vemos cómo para ciertos niños hay dificultad dentro de la institución educativa. Un enfoque educativo no es suficiente porque hay algo del orden del sufrimiento que se manifiesta en él a través de su comportamiento y eso es lo que habría que escuchar.

Los docentes deberían tomar en consideración el sufrimiento que se esconde detrás del comportamiento insoportable del niño.

Lo interesante es tomar en consideración la manera en la que cada sujeto trata de arreglárselas con el lenguaje dentro de su universo y que va a poder inventar con lo más íntimo, lo más singular.

Los centros educativos son un espacio para alojar las invenciones de los niños. Y alojar la invención es tanto para los docentes cómo para los niños. En los docentes es necesario un discurso que autorice, que invite, que promueva la invención y que ese discurso sea garantizado por una persona encarnada.

Los profesionales deberían estar atentos cuando piensan que ahí ocurre algo importante para el niño, cuando él está armando y construyendo una solución.

Manteniéndose deseante, como alguien a quien le falta algo, permaneciendo dividido en relación al saber, los profesionales no deberían tener una idea demasiado preconcebida de lo que hay que hacer. No hay que considerar que se tiene todo el saber, pues el saber no es solo el que está en los libros. Que está en otro lado, que existe el saber de aquel a quien escuchamos. Hay que saber escuchar y atrapar algo de lo que el alumno tendría para decir sobre sí mismo.

Bajo el nuevo ideal del “saber total”, de la cuantificación general de todo lo humano, hay un rechazo a lo más subjetivo y singular, a lo sintomático, a lo que nos hace únicos.

 

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Testimonios de autismo. Los casos relatados por Donna Williams*

Silvia Elena Tendlarz

 

El caso de Donna Williams resulta rico en enseñanzas acerca del autismo dentro del ámbito psicoanalítico. Jean-Claude Maleval lo toma para desarrollar los trastornos de enunciación y la emergencia del doble autista. Eric Laurent retoma su angustia de ser tragada por la Gran Nada Negra como el ejemplo de la forclusión del agujero. Y, finalmente, ella misma nos da las claves de cómo aproximarse y trabajar con niños autistas.

Ella es uno de los autistas que se han llamado de alto nivel que testimonian de su funcionamiento singular a partir de su infancia. Nos da una enseñanza acerca del trabajo con niños autistas a partir de su propia experiencia.

Robbie y la mirada periférica

Robbie, un joven de 22 años diagnosticado con un profundo retraso y autismo, tenía una mirada hipnótica, sus ojos azul pálido miraban la nada. Cuando Donna estaba frente a él sentía que “no había nadie en casa”, “nobody nowhere”, título de su libro que nombra su propia experiencia interior. No tiene sobre él una mirada deficitaria ni acentúa el retraso sino la maniobra del sujeto para no sentir la intrusión del mundo sobre él.

Robbie no podía sostener los objetos, todo se le caía, le daban de comer en la boca. Para ella era un maestro en el arte del no ser, del mismo modo que ella misma intentó de borrar todo trazo de subjetividad. No hay ningún pensamiento, no hay ninguna intencionalidad, no es la falta en ser en la histeria que intenta sustraerse del Otro, sino que son simplemente cosas que le ocurrían.

Al hablar de los casos ella destaca el terror que le producen a los niños una educación forzada, por lo que plantea que se debe encontrar la manera de que ellos puedan moverse de su mundo de seguridad, desplazar su encapsulamiento autista, como podemos decirlo en términos psicoanalíticos.

En cierta oportunidad, ella le acerca la mano a Robbie, mientras él miraba el vacío y permanecía totalmente desconectado. Aparentemente no hay ningún reconocimiento de su acto, pero sutilmente capta que Robbie tenía una mirada periférica, No es que el otro no exista en absoluto, sino que hay una percepción sutil, con una topología diferente al uso que habitualmente se hace en la neurosis.. Eric Laurent afirma que el niño puede sentarse detrás del terapeuta o hablar dando la espalda de acuerdo a una topología que no es la especular o la del campo de la visión. Mira de costado, al mismo tiempo que mira aparentemente dirigiéndose a la nada, hay sutilmente una captación de la presencia del otro a través de esa mano que se le acerca. Para el niño cuanto más impersonal y menos obviamente interesante sea la otra persona le resulta mejor.

Decide entonces ir dándole objetos, acercándoselos sin ninguna muestra de intención hacia él, sin que sea experimentado como una intrusión. Para su sorpresa, en lugar de dejar caer el objeto, sin mirarla, sostiene el último que ella le había alcanzado, dejando su rostro muerto. Pero lo pesca sonriendo mientras miraba un momento, y por primera vez, uno de los objetos que le había dado. Eso muestra bien que hay una captación, una percepción del otro sutil y a la vez hay un trabajo activo por parte del sujeto de eliminar todo lo que puede ser experimentado como intrusivo. Donna afirma entonces que algo de Robbie pudo ver por un momento. En este ligero desplazamiento del encapsulamiento logra ponerse en contacto con él. Y subraya que aunque hubiera sido tan solo por un día de su vida que Robbie se hubiera atrevido a aceptar sentir algún interés habría valido la pena. Se trata de obtener ese instante de sutil contacto para ver después qué solución puede darle el sujeto.

El segundo de los casos de los que habla Donna Williams es el de una niña de cuatro años que se encuentra hecha un ovillo en el interior de un cajón, sus ojos bizqueaban marcadamente y mantenía sus puños cerrados como pelota. La particularidad de este caso es que todos a su alrededor intentaban estimularla mientras ella mantenía un rechazo activo hacia el otro. Relata que su entorno actúa en forma manía, haciendo sonar matracas y sacudiendo cosas frente a la niña exponiéndola a un «infierno sensorial», mientras la niña mantenía sus manos tapando sus oídos.

Ese forzamiento de entrar en contacto con la niña autista queda en contraposición con la sutileza de su contacto con Robbie. Para Donna misma le resultó perturbador puesto no por qué producían tanto ruido a si alrededor en lugar de introducirla en un lugar en el mundo que se sintiera en seguridad, que fuera pacífico, coherente y controlable. El activismo desmesurado vinculado al aprendizaje no toma entonces en cuenta la estrategia subjetiva del sujeto autista.

Jenny y el golpe sin sentido

Después habla de Jenny, una niña de 10 años, con unos ojos grandes, redondos, y una sonrisa forzada en su rostro pecoso, a la manera de Carol, uno de sus dobles que le permitía adaptarse al mundo. Ella capta en Jenny, inmediatamente, la presentación adaptativa a su entorno. Nuevamente, el diagnóstico es retraso severo con tendencias autistas. Al hablar de ella se centra en un episodio de esta niña que participaba de las actividades educativas. De golpe, lanza una pistola contra la espalda de un miembro del equipo. Donna señala que había sido demasiado rápido el lanzamiento y que parecía más un tic nervioso que una maldad. Jenny no parecía tener ni idea de que había hecho algo malo. Eso la lleva a reflexionar acerca de los castigos con los que se intenta sancionar estos actos y que en realidad para los niños no tienen ningún sentido. Ese acto en sí mismo está despojado de sentido. Simplemente golpeó. Lo dice en relación a ella misma: cuando le ponían castigos para ella no cobraban ningún sentido, no tenía ni la menor idea de qué había hecho mal.

Retoma una experiencia en el que frente a su mal comportamiento, que ella misma no entiende, intenta adaptarse a través de su doble Carol, y entonces le responden con una bofetada. El golpe aparecía en discontinuidad con el mundo: hay una interpretación del lado del Otro de que eso está mal, pero ella misma no lo subjetiviza ni como bien ni como mal, simplemente es algo que irrumpe repentinamente y cuando aparece el castigo ella responde con ese doble real, con el que intenta adaptarse en el mundo, y que resulta una ironía para el Otro pero no para ella. La bofetada queda tan fuera de sentido como su propio golpe que en realidad es ya un tratamiento del exceso de goce que la invade.

Recuerda otra oportunidad en la que a los 13 años se lanza a toda velocidad para golpear a otro niño en el estómago. El niño se aparta para evitar el golpe y ella se estrella contra la pared. Este impulso queda en contraposición a su dificultad en la marcha que la caracterizaba en su pequeña infancia. No tenía intención de lastimarse, simplemente se fue por encima del otro.

Relata que un niño de 11 años le había dado la bienvenida en la institución hundiendo sus dientes en su brazo. Fue una sensación extraña y no supo cómo responder. Para sorpresa del niño y de los otros trabajadores ella no había reaccionado, el niño se alejó entonces como poseído. Donna no le encontraba sentido a su reacción porque tampoco había sentido dolor. Ante la inquietud del entorno piensa que le debería haberle dolido, pero ella continúa con una relación particular al cuerpo y solo recordó que debería haberse quejado como lo hacen las otras personas.

Jody y el ritmo

Jody era una niña que caminaba en puntillas, con la mirada perdida, diagnosticada como retraso más que como autismo. Al entrar se convirtió a sí misma en una mesa, pies y manos rectos por el suelo, por debajo de su estómago que apuntaba hacia el techo. Esta postura particular le evoca un movimiento de ella misma en la que mientras miraba fijamente a la nada, sin darse cuenta había apoyado los pies por detrás de su cabeza como si fuera un plato volador. Ella sentía que le hacía sentir bien atarse a sí misma en forma de nudos, autocontenida, manteniendo el control. La perspectiva de Donna la aproxima a las experiencias de autosensualidad ligadas a posturas particulares descriptas por Tustin.

Más adelante, explica cómo Jody rechazaba comer. Empezó entonces a tararear suavemente al acercarse a ella. La melodía era corta, rítmica e hipnótica. La repitió mientas Jody estaba sentada a su lado mirando fijamente la nada o se balanceaba golpeándose y rechinando los dientes. A continuación comienza a darle golpecitos en el hombre acompañando el ritmo de la melodía que era siempre la misma, continua y predecible. Jody dejó de darse golpes y liberó así sus manos para tomar un bocado y estrellarlo contra su cara: intentó entonces comer sola. Donna explica que los golpecitos proporcionaban un ritmo continuo e impedían que los movimientos de los demás, sin un patrón fijo, resultaran invasivos al modo del «infierno sensorial». El ritmo, el sostén siempre continuo, produce de alguna manera la tranquilidad y la seguridad que necesita.

La repetición del sonido permite encontrar nuevas soluciones frente a la dificultad de Jody de usar el orificio de la boca que no se ha constituido para ella como un agujero. De allí que la introducción del ritmo le permite producir un ligero desplazamiento que la extrae de la pura autosensualidad.

Jack y Michael y sus terapias del habla

Jack es un niños de 6 años que revoloteaba por el patio como Peter Pan. Sus movimientos eran reducidos, súbitos y precisos, sus ojos nunca se detenían mucho en algo. Se trepaba y se movía sin parar. Le habían enseñado a decir chocolate para que le dieran un poco. A través de un sistema de premios y de castigos había comenzado a decir algunas palabras. Sonido por sonido Jack hizo el esfuerzo de decir cho-co-la-te, y entonces fue premiado con pedacitos de chocolate que le colocaron frente a él. Las maneras de Jack le resultaron a Donna familiares y dolorosas e intenta controlarse. Pero el niño se le acerca entonces en ese momento y le dice “lavabo”. Se suponía que tenía que acompañarlo al baño. Peros eso era una experiencia que no podía soportar, intento no huir en medio de un estado de pánico. Jack se detuvo entonces y de repente la miró y ese niño que no hablaba le dijo con una claridad recortada: «No te preocupes, yo iré contigo». El niño le ofrece ayuda a Donna y ella se pregunta qué habrá hecho que hable, si la empatía o el desencadenamiento alguna frase almacenada puesto que Jack aparentemente no podía hablar tan fácilmente. El consentimiento del niño a hacer uso de la palabra es puesto así de relieve.

Michael es un niño de 12 años que no hablaba sino que usaba signos y caminaba en puntillas, a la manera en que Maleval explica el lenguaje de signos en el autismo. En determinado momento toma la mano de Donna, la pone frente a su rostro, escupe en ella y se larga a reír con una risa pícara. A Michael esto le parecía divertidísimo y a ella no tanto. Luego Michael amplía su juego haciendo una serie de sonidos mientras sostenía su mano frente a su rostro: ca-ca-ca-ca-be-be-be-te-te-te-te, repetía. Se da cuenta entonces que el niño había recibido una terapia del lenguaje y que seguramente no era que le escupía mano sino que estaba mostrándole cómo se hacía la letra «p». Concluye en lo irracional que le debía haber parecido la terapia del lenguaje en el que le enseñaban a soplar y a escupir en las manos de un extraño.

Esta vía puramente educativa no tiene en cuenta la estrategia del sujeto y cuál es el sentido para el sujeto de reservarse la palabra y mirar al vacío.

Donna Williams toma estas experiencias de tratamiento y critica las terapias puramente educativas. Explica entonces cuáles fueron sus modalidades para ser “nadie en ningún lugar”: congelarse y no hacer nada espontáneamente, quedarse petrificada o usar un repertorio de información copiada en espejo y almacenada sin tener conciencia de sí misma, es decir, una pura repetición. Esto lo encuentra también en estos niños con los que se va encontrando.

Los tratamientos de Donna Williams

Durante su vida Donna Williams siguió dos tratamientos . El primero fue con una psiquiatra de orientación psicoanalítica llamada Marie que partía de un diagnóstico de esquizofrenia. Se apoyó en ella en una relación de duplicidad imaginaria a los largo del tiempo puesto llega a considerarla su amiga. No obstante, es con ella con habla por primera vez acerca del mundo que habita. Ella la incita a retomar sus estudios y a comenzar la universidad. Maleval indica que Marie ocupaba un lugar de doble que la hizo salir del repliegue autista pero no le permitió abandonar el uso de los dobles.

Con el Doctor Marek, del que habla con el título y el uso de su apellido. trabaja luego más sus dificultades de comunicación de modo tal de insertarse mejor en el mundo. Este caso, para Jean-Claude Maleval, es la prueba de que el tratamiento de una terapia es posible en el autismo y que tiene legitimidad, que existe la posibilidad de hablar de una transferencia en el autismo, con sus particularidades. Los sujetos autistas mantienen un lazo con el otro a su manera y desde allí es posible hablar de “transferencia”, aunque sea diferente de la neurosis o de la psicosis.

El Dr. Theodore Marek era un psicólogo escolar que tenía experiencia en el trabajo con autistas. Partía de la idea de que los autistas padecían de un mal tratamiento de la información y que eso había que rectificarlo. Donna lo veía cada tres semanas y él le daba reglas que ella debía cumplir. Eso la ayudaba, indica Maleval, a confrontarse con un Otro caótico y respondía a su necesidad de fijeza y de un sistema de garantías. Pero no le proponía un sistema de reeducación, no la juzgaba ni le hacía repetir monótonamente. Antes bien, se apoyaba sobre sus demandas, la escuchaba y seguía su ritmo, ocupando el lugar de quien podía validar sus experiencias y aportarle algunas respuestas (2009, p. 268).

En su segundo libro, relata cómo simultáneamente al tratamiento con el Dr. Marek alquila una habitación en una casa de campo a un matrimonio que respeta su distancia y de a poco la ayudan a encontrar una manera de estar con los otros. Este trabajo le permitió mantener luego distintas parejas y su matrimonio.

Con la familia Miller puede escaparse y volver, sus crisis son alojadas, y en esta ida y vuelta ella va construyendo un saber hacer de cómo estar en el mundo desde su posición subjetiva.

Antes que nada Donna Williams considera que el autismo es ya una respuesta. A los 25 años recibe su diagnóstico de autismo y afirma que después de preguntarse toda su vida qué clase de loca o persona trastornada era la palabra autismo le ayudó a explicar su mundo. Para ella el diagnóstico se vuelve una solución porque cristaliza una serie de experiencias que le resultaban extrañas y por las cuales era considerada anormal. De niña dormir era perturbador porque desaparecían los colores y la luz, no era entonces un lugar de seguridad. Dormir no era seguro porque la presencia de esta oscuridad le impedía ver su reflejo a través del cual construye un doble real. Cerrar los ojos se volvía terriblemente inquietante porque temía perder el control. Esa experiencia la lleva a la lectura de cómo el autista fabrica un mundo de seguridad para mantener el control a través de conductas estereotipadas y rígidas, que le aseguren que las cosas son siempre iguales y que no va a haber ningún acontecimiento imprevisto.

Donna se refugia de lo inquietante que le resulta la enunciación, la toma de la palabra, a través de distintas estrategias al hablar. Maleval lo analiza en términos de no poder ceder el objeto voz. Finalmente, a través del estudio del idioma alemán y al trabajar dando clases de alemán recupera algo de esa enunciación artificial donde puede sentirse segura. Es una de las soluciones que encuentra.

El modo de funcionamiento de Donna no varía sino que desplaza su encapsulamiento autista y va encontrando nuevos recursos, de modo tal de lograr transmitirnos algo de su experiencia subjetiva y de cómo logra a partir de ella misma captar los funcionamientos singulares de otros sujetos autistas. 


 

* Trabajo presentado en el IX Congreso Argentino de Salud Mental y II Jornadas del Capítulo de autismo y psicosis en la infancia «Lo que el autista testimonia», Buenos Aires, agosto de 2105.

 Bibliografía

Laurent, E. (2013), La Batalla del autismo. De la clínica a la política, Grama, Buenos Aires.

Maleval, J.-C. (2009), L’autiste et sa voix, Seuil, Paris.

Tendlarz, S. (2015), «El testimonio de Donna Williams», en Tendlarz, S. (comp.), Casos clásicos del psicoanálisis sobre autismo y psicosis en la infancia, JCE ediciones, Buenos Aires.

Williams, D. (1992), Si on me touche, je n’existe plus. Le témoignage exceptionnel d’une jeune autiste, Robert Laffont, Paris.

Williams, D. (1994), Alguien en algún lugar. Diario de una victoria contra el autismo (2012), Need ediciones, Barcelona.


 

 

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No hay clínica del ser hablante sin clínica de la civilización

Ana Ruth Najles

 

Enloquecidos y desvergonzados: los individuos de hoy

A partir de escuchar en mi práctica cada vez a más niños y jóvenes –individuos en general-enloquecidos, aunque no forzosamente psicóticos pude tomar la medida de cuáles son los efectos en el uno por uno de la caída del significante del nombre del padre o, en otros términos, de la no existencia del Otro en nuestra civilización, y de lo que Miller llamó el ascenso al cenit social del objeto a. Es decir, del hecho de que ya no nos regulemos por la ley del Otro sino que vayamos a la deriva llevados por el goce de cada uno.

Esto no sólo se evidencia en la práctica, sino que basta con leer un diario o ver un noticiero para notar que ante la ausencia de Otro garante, el mundo enloquece.

Así podemos ver repetidas cientos de veces decapitaciones en TV, o la multiplicación de casos de niños transgénero, o enterarnos que los bebés nacidos por donación de óvulos podrán conocer su origen, confundiendo así parentalidad con genética, o del incremento cada vez mayor de niños autistas. Como ya lo afirmara Lacan al final de su seminario XIX, “… o peor”, en 1972, Producida ya la salida de la sociedad patriarcal (pos mayo del 68), se hablaba entonces del ‘fin del poder de los padres y del advenimiento de una sociedad de hermanos, acompañada del hedonismo feliz de una nueva religión del cuerpo’. A lo que Lacan le agrega una consecuencia que pasaba desapercibida: “cuando volvemos a la raíz del cuerpo, si revalorizamos la palabra hermano (…) sepan que lo que asciende, que aún no hemos visto hasta sus últimas consecuencias, y que se enraíza en el cuerpo, en la fraternidad del cuerpo es el racismo”. La idolatría del cuerpo tiene muy otras consecuencias que el hedonismo narcisista al que algunos pueden creer limitar esta ‘religión del cuerpo’, nos dice Eric Laurent [2]. Lacan anuncia también allí otras figuras de la religión -los fundamentalismos- que no son las seculares. Para darles un panorama de estas cuestiones, les he traído algunas piezas sueltas.

La debilidad mental, lo imaginario

Como lo afirma Lacan en su clase del 10 de Diciembre de 1974 del Seminario “RSI”, “hay algo que hace que el parlêtre se demuestre consagrado a la debilidad mental, y esto resulta de la mera noción de lo Imaginario, en tanto que su punto de partida es la referencia al cuerpo y al hecho de que su representación, todo lo que para él se representa, no es sino el reflejo de su organismo.” [3]

Debo decir que esta frase me quedó grabada fuertemente desde que la leí por primera vez hace mucho tiempo y volví a buscarla a partir de la lectura de la conferencia de Jaques-Alain Miller en el último Congreso en París, para presentar el tema del próximo, sobre el inconsciente y el cuerpo hablante. [4] Conferencia que inspiró mi trabajo de hoy.

Lacan continua su desarrollo en esa clase para introducir lo vivo del cuerpo agregando que “lo que testimonia mejor que el cuerpo está vivo es la mente» [5] (lo dice en latín, mens), que Lacan introdujo por la vía de la debilidad mental.

Ya que como él mismo dice, “no a todos los cuerpos, en tanto que funcionan, les está dada la posibilidad de sugerir la imbecilidad”.[6] Y la imbecilidad es introducida por el efecto de escritura de lo simbólico en el organismo, efecto que no es otro que el sentido.

Lo cito: “Sin el lenguaje, no tendríamos la menor sospecha de esta imbecilidad que es también aquello por lo cual el cuerpo da testimonio … de estar vivo”.[7]

Según Miller, “esto quiere decir entonces que el cuerpo condiciona todo lo que el registro Imaginario aloja como representaciones: significado, sentido, significación y la propia imagen del mundo”. Esta es una traducción de la afirmación de Lacan acerca de que el mundo para el parlêtre es un reflejo de su organismo.

“Es en el cuerpo imaginario que las palabras de lalengua hacen entrar las representaciones que nos instauran un mundo ilusorio con el modelo de la unidad del cuerpo.” [8]

Pero, el cuerpo, al ser vivificado por la palabra, lleva el nombre de “ser hablante”, ya que esta palabra le otorga su ser (parlêtre). Pero, paradójicamente, desde ese momento el cuerpo se separa de este ser y pasa a ser del registro del tener.

Como lo afirma Lacan en el Seminario El sinthome: “el amor propio es el principio de la imaginación. El parlêtre adora su cuerpo porque cree que lo tiene. En realidad no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia -consistencia mental por supuesto, ya que su cuerpo se escapa” en todo momento. Ya es bastante milagroso que subsista durante el tiempo de su consumación que es de hecho, por el hecho de decirlo (Lacan se refiere a que todo hecho está hecho de dichos) inexorable”.[9] Para concluir afirmando que la adoración, vale decir, la creencia en el cuerpo como gran Otro absoluto es la única relación que el ser hablante tiene con su cuerpo. Habría que agregar que la única posibilidad de cambiar esa relación es por la vía de un psicoanálisis.

En este sentido, Miller dice que “lo simbólico imprime en el cuerpo imaginario representaciones semánticas que el cuerpo hablante teje y desteje. Por eso mismo su debilidad condena al cuerpo hablante como tal al delirio”.[10] De esto resulta una declaración de igualdad clínica fundamental entre los parlêtres.

Es por eso que se puede decir, con Miller, que la última clínica de Lacan, sobre todo a partir de “Encore”, es una clínica sostenida o soportada por la concepción de Lacan sobre las psicosis. Se trata, entonces, de una clínica más ligada a la continuidad que a la discontinuidad entre neurosis y psicosis.

El Real del psicoanálisis

Sabemos que el psicoanálisis tiene su propio real, que no es el de la ciencia. Un real que, como tal, es sin ley, y que, con Lacan, denominamos sinthome.

Sinthome al que él define en “RSI” como “la manera en que cada uno goza del inconsciente en tanto el inconciente lo determina”[11]. A lo que yo le agrego: del inconsciente –real, S1 solo-, en tanto el inconsciente -real, lalengua-, lo determina. No se trata aquí del inconsciente transferencial, el de la cadena significante.

Pero, quizás, lo determinante para definir a este sinthome sea como “acontecimiento de cuerpo”, en tanto se trata de la huella que el trauma de lalengua imprime en cada ser humano “por caer éste sumergido en un caldo de lenguaje”[12].

La escritura sinthome es utilizada por Lacan para indicar que ya no se trata de una formación del inconsciente sino que apunta a lo real del goce del cuerpo como tal.

El sinthome, entonces, no está ligado al inconsciente como elucubración de saber, sino que está ligado a la satisfacción pulsional y, por eso, aparece siempre como una pieza suelta. Lacan llega a decir que el sinthome no tiene más función que la de trabar las funciones del individuo en tanto indiviso, en cuanto que “todo” de la imagen.

Pero, en realidad, para Lacan, el sinthome tiene una función eminente en una organización más secreta. Se trata, en cada caso, como dice él en el seminario XXIII, de saber qué función encontrarle al sinthome, al núcleo de goce que está ahí para trabar las funciones del individuo. ¿Y cómo las traba? Distorsionando la imágen, destruyéndola, descolocándola, angustiando -que es el efecto de siniestro en la imagen como lo muestra Lacan en el Seminario de La Angustia -; enloqueciendo hasta llegar, en algunos casos a modificarlo realmente por vía de la ciencia, como en los casos de transexualismo, o en casos extremos, a destruir al organismo real (toxicomanías, anorexias/bulimias, suicidios).

La diferencia, entonces, es que del síntoma, en tanto formación del inconsciente – es decir en tanto verdad – uno se cura, pero que del sinthome nadie se cura porque el sinthome es el modo de gozar de cada ser hablante, en tanto éste tiene un cuerpo, otorgándole a cada quien su singularidad.

El sinthome, real como tal, está por fuera de lo simbólico, es sin ley. Sin la ley de lo simbólico.

Es decir, el sinthome no se puede decir. No pasa por la palabra. Es más bien del orden de una escritura que no se puede leer. Tal como lo explicita Lacan en el “Postacio al Seminario 11”, “un escrito, a mi entender, está hecho no para ser leído”.[13] Se trata aquí de la escritura que produce un acontecimiento de cuerpo[14], es decir, un modo de gozar que no pasa jamás al discurso. Es en ese sentido que utilizamos el término letra (S1 solo) para diferenciarlo del significante (S1 S2). Lacan agrega al respecto: “… lo escrito como no-para-leerlo lo introdujo Joyce; sería mejor que dijese: lo intradujo, pues al hacer de la palabra tráfico más allá de las lenguas, apenas se traduce, por ser doquiera igualmente poco para leer”.[15]

La letra no se puede leer. ¿Qué quiere decir? Nada. No se le puede hacer decir nada. En el Seminario 23, la pulsión es presentada como resonancia de un decir en el cuerpo que se escribió (“escritura” no para ser leída) y fijó la invariante del goce.

Y accedemos a ese real del goce por trozos, ya que lo Real se presenta siempre como no-todo. Esto es lo femenino para Lacan, un nombre del goce real como tal.

Si lo real no se puede decir podemos afirmar, con Wittgenstein, que lo que no se puede decir se muestra.

De manera que podemos decir que esos trozos de real se nos “muestran” como los distintos y singulares modos de vida que indican los múltiples, diferentes y singulares modos de gozar. Y eso, por medio de un decir que se instala en los intersticios de los dichos.

El problema del ser hablante es que por el goce del Uno del cuerpo no encuentra la manera de relacionarse con los otros. La cuestión es cómo arreglárselas con ese modo de gozar que no se cambia. Lo que sí cambia es la relación de cada uno con el modo de gozar -a través del psicoanálisis, aunque no exclusivamente, tal como lo demuestra Joyce- para así salir del autoerotismo de ese goce y poder relacionarse con los otros. Es el savoir y faire del que habla Lacan al final del análisis: saber arreglárselas con ese modo de gozar para hacer lazo con los otros.


 

[1] Texto basado en una conferencia dictada en las Jornadas de la Sección Rosario de la EOL en 2014 y en una publicación en Revista Virtualia, 19.

[2] E. Laurent, El racismo 2.0, en Lacan Quotidien 371.

[3] Lacan Jacques, Seminario 22 «RSI» (1974-1975) , clase del 10/12/74, inédito.

[4] Miller, Jacques – Alain Conferencia pronunciada en la clausura del IX Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) el 17 de abril del 2014, en París, presentando el tema del X Congreso, reproducida en www.eol.org.ar

[5]Ibid 3

[6]Ibid 3

[7]Ibid 3

[8] Ibid 4

[9]J. Lacan, Le Seminaire, livre XXIII, Le sinthome, Seuil, Paris, 2005, cap IV, punto 1 (traducción propia de la versión francesa)

[10]Ibid 4

[11] Ibid 3, clase del 18/2/75, inèdito.

[12]Lacan, Jacques, (1976–1977), Seminario 24: L’insu que Sait de l’une–bévue s’aile à mourre. Inédito, clase del 19/4/77.

[13] Lacan, Jacques,, «Posfacio al Seminario 11» , en Otros escritos, Edit.Paidós,, Bs.As., 2012. p.529

[14] J. Lacan, “Joyce, el sinthome”, en Otros escritos, Buenos aires, Paidós, 2012.

[15]Ibid. 13.