Meteoro nº 2 Amor, erotismo, ciencia. G. Arenas, P. Monribot, I. Domínguez

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Nº 2 Amor, erotismo, ciencia

Contenidos

Lazos de amor, Gerardo Arenas

El erotismo y la ciencia, Patrick Monribot

Extraño Agosto, Irene Domínguez

 

Edición para imprimir Nº 2 Amor, erotismo, ciencia

 

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Lazos de amor

Gerardo Arenas

 

Siendo joven, conocí a un científico oriundo de la India. Pertenecía a una casta que acostumbraba casar a los hijos antes de que nacieran. Llevaba décadas junto a la mujer que padre y suegro le habían asignado. Pero ¿se aman?, le pregunté. El amor llega con el tiempo.

Por apego atávico al ideal de libertad, prejuzgué que él era infeliz con su esposa. Aún no había yo entendido que, si nada nos enlaza con fuerza a alguien o algo, no somos felices. (Ni desdichados.)

Mientras crece la libertad social y sexual, formar pareja resulta más difícil. Algunos ni lo intentan. Para los soshoku-kei, ya es un hábito obsoleto. ¿El enlace amoroso está en vías de extinción, como en La posibilidad de una isla? Esto vuelve acuciantes sus enigmas.

La antigüedad los redujo al capricho de un dios saetero. La alquimia, en cambio, buscó la fórmula de un filtro para enamorar. Y si bien hace siglos sabemos que l’elisir d’amore no es más que placebo, todavía llamamos química a lo que nos une profundamente a un partenaire. (Hoy, sólo una neurociencia extraviada toma esta metáfora a la letra.)

Como en la química, en el amor hay varios tipos de enlace. El que el niño suele experimentar por sus padres se basa en su identificación con ellos. Aunque este afecto sea recíproco, su resorte no lo es. El niño no es amado por identificación, sino por lo que él significa (un deseo), por el lugar que ocupa (en una fantasía), por la función (sintomática) que cumple para sus padres, o por alguna combinación de las tres cosas.

Desechadas ya las pociones mágicas, sólo conocemos cuatro fuentes de enlace amoroso: identificación, deseo, fantasma y sinthome. (Luego explicaré el sentido de los dos últimos términos técnicos, que respectivamente remplazan a fantasía y síntoma.) Estas fuentes nos plantean cada vez más preguntas que respuestas. Entre las recientes, destacaré algunas relativas al fantasma y al sinthome.

El fantasma es un libreto mínimo, resumible en una frase, que prescribe un modo de gozar para dos o más personajes, tal como Alguien golpea a un niño o Veo a mis padres follar como perros. El sujeto encarna un papel (o varios) de su guión fantasmático, significando a su partenaire y gozando de él según el rol que allí le otorgue. Bien o mal, el fantasma de uno moldea el enlace con el otro. La nueva pregunta es: ¿Se trata del fantasma de uno o de un fantasma común a ambos?

La experiencia analítica descubrió la existencia y la función del fantasma a partir de su repetición: el analizante habla de sus lazos con diversos partenaires, y su análisis revela que un mismo guión los estructura. Esto llevó a pensar que ese libreto es el fantasma de uno, repetido con todos sus otros. ¿Pero no será que el sujeto sólo se enlazó con partenaires que tienen el mismo fantasma, y que éste es propio de (y liga entre sí a) una clase de sujetos? Freud ya notó que los fantasmas no eran singulares (privativos de alguien), sino particulares (típicos de varias personas). Entonces, ¿uno incluye al otro en su fantasma, o un fantasma común enlaza a los dos?

Esto puede parecer un mero cambio de perspectiva, pero se agudiza si pasamos del fantasma al sinthome, ya que por definición éste es el invento singular con que cada quien suple la falta de regulación natural de la sexualidad humana. Al modo de esos lazos que, con nudo corredizo en un extremo, se emplean para sujetar toros o caballos, el sinthome, forjado por cada uno para enlazar partenaires, imprime a los lazos amorosos el sello personal. Pero ¿cómo se arma una pareja? Parece haber tres opciones:

a) el sinthome de uno enlaza al otro y el sinthome del otro enlaza al primero,

b) los dos sinthomes se enlazan entre sí,

c) ambos partenaires forjan un solo sinthome anudado en los dos extremos.

El asunto es relevante a la hora de calibrar el producto de una experiencia analítica. Se supone que un analizado despejó sus identificaciones y logró que ya no sean su destino, resolvió su deseo y reconstruyó (y atravesó) su fantasma. Pero por más que el análisis forje o altere su sinthome, lo mejor que el analizado puede hacer con ese resto irreductible es arreglárselas dignamente. Por lo tanto, si este analizado practica, a su vez, el psicoanálisis, tendrá chances de sortear las trampas del amor de sus analizantes siempre que el resorte de ese amor sea la identificación, el deseo o el fantasma. Su sinthome, en cambio, estará presente en todos sus actos, y esto incluye todo su desempeño analítico. Tiene sentido, pues, preguntarse qué relación habrá entre su sinthome y el de cada analizante suyo, y es evidente que las tres opciones indicadas en el párrafo anterior son posibles.

La última merece una discusión aparte, debido a una advertencia hecha por Lacan en su magistral escrito sobre la dirección de la cura analítica:

«Que un análisis lleve los rasgos de la persona del analizado, es cosa de la que se habla como si cayese por su propio peso. Pero quien se interese en los efectos que tendría sobre él la persona del analista pensaría estar dando pruebas de audacia».

Pues bien, henos aquí osando indagar los efectos que sobre un análisis podría tener, no la persona, pero sí el sinthome del analista. Y esto no nos aleja de nuestro tema, dado que la experiencia analítica sólo tiene lugar sobre la base de un lazo amoroso que no por ser “de probeta” es menos real. En el curso del análisis suelen perder eficacia todas las fuentes que alimentan ese amor, excepto el sinthome.

Si entre el sinthome del analizante y el sinthome del analista hay algún tipo de enlace –casos (a) o (b)–, el producto del análisis podrá no depender del analista, pero si del encuentro contingente entre analizante y analista nace un único sinthome, ¿qué decir de ese producto, y de su destino una vez finalizada la experiencia analítica?

Interrogar la naturaleza del lazo intersinthomático abre novedosas vías para explorar los enigmas del amor en general y los del fin del análisis en especial.


El erotismo y la ciencia

Patrick Monribot

 

Recientemente, un joven me contó un chiste. Es una especie de caricatura de la vida de pareja, leída en Internet y que evoca el mito de Psique y Eros en una forma mucho más trivial.

Desde el inicio de su largo matrimonio, una mujer goza sin límites con su esposo. ¡El erotismo siempre funciona! Pero con una condición: el marido siempre exige una absoluta oscuridad –como Eros. Una vez, su mujer quiere saber ¿por qué?… Ella transgredió y encendió la luz –como Psique.

Entonces la mujer constata una superchería: desde el principio, el marido utilizaba un “sex toy” en lugar de su impotente órgano genital. Dicho de otra manera: la esposa fracasa en percibir un signo correcto del deseo de su marido. Se queda decepcionada. El marido reconoce avergonzado su superchería…Después, a su vez, él se da cuenta que en este asunto, todo el mundo ha sido engañado –y ¡él el primero! .“En efecto, dice él, yo soy impotente desde siempre y te he engañado con un órgano facticio, artificial… Pero entonces, ¡¡tendrás que explicarme cómo hemos podido tener tres hijos!!

En definitiva ¿quién engaña a quién en este asunto?

Tengo que añadir que este joven nació precisamente de una relación adultera de su madre, cuando ella estaba casada. Eso lo descubrió hace poco y su padre (el del estado civil, el marido de su madre) sigue sin estar informado de esa cuestión. Por el momento, ese joven no explora el hilo de su historia, y prefiere reírse del malentendido que Lacan llama la “comedia de los sexos”.

Esa historia de “sex toy” compensatorio y engañador nos lleva a plantear la pregunta: ¿Cómo concebir la sexualidad del futuro, del punto de vista de la sexología de mañana?

Me parece que la ciencia deja esperar una especie de ilusión ante el enigma de este goce femenino -enigma que, en realidad, es definitivo. Definitivo porque el enigma es estructural: no se puede eliminar.

Así pues, eso quiere decir que ningún saber, que ningún discurso podrán remediar ese defecto de representación, esa falta estructural, ese agujero en el orden simbólico en cuanto a ese goce específico que determina lo que Freud llamó “una laguna en lo sexual” –ni siquiera el discurso de la ciencia… Sin embargo, no se puede negar: ¡la ciencia quiere encargarse de nuestra felicidad sexual! Muy bien. ¿Y cómo procede?

La ciencia lo sabe: para asegurar la posibilidad de una relación erótica, estamos condenados a disfrutar del catálogo de los goces eróticos que, ellos solos, permiten apañar algunas satisfacciones. Ahora bien, la investigación universitaria puede consagrarse intensamente a hacer copular gentes en un escáner, pero ¿con qué resultados?

Sin duda sabremos un poco más sobre la biología de los goces llamados “Unos” -y el éxito del Viagra atestigua ese progreso útil para el goce fálico… Pero permaneceremos definitivamente ignorantes sobre el “Otro goce”, un goce suplementario específicamente femenino. La anatomía o la química jamás revelarán el secreto del asunto.

En el fondo el goce femenino más allá de las satisfacciones eróticas, no es un efecto de la “naturaleza” sino del lenguaje y de sus penurias, de sus fallos en los seres hablantes. No existe en los animales “hembras”. Es ajeno al goce “Uno”, el cual, al revés, se presta al estudio, al saber y a la medida. En efecto, el goce Uno, a menudo fálico, es un terreno perfecto de investigación para los sexólogos:

En una edición inglesa de febrero de 2008 del muy serio “Journal of sexual medicine” se relata el fruto de una larga investigación epistemológica. El resultado de la encuesta fue el siguiente: una relación sexual no puede ser satisfactoria si no dura entre siete y trece minutos. Me pareció que este artículo ilustra el destino universitario actual del trabajo sobre el “Uno” del goce sexual: se trata del “Uno” contable, verificado aquí con el cronómetro.

Respecto al goce femenino, el discurso científico falla, a pesar de los aparatos de medición o a pesar de las encuestas estadísticas. Por ejemplo: ese tipo extraño de goce escapa al diagnóstico por imágenes. Un escáner durante un éxtasis místico va a mostrar quizás unas zonas coloreadas o encendidas en el cerebro de Santa Teresa, pero no dirá nada sobre el “¿Por qué?”…

Ahora se comprende mejor la energía que antiguamente se gastó –¡en vano!- en la búsqueda del famoso “punto G”, como un más allá del goce fálico en la mujer, como un más allá del clítoris. La noción de punto G apareció en1950, a continuación del trabajo del alemán Ernesto Grafenberg. Y desde esta época, existen los “pro” y los “anti” punto G…La lucha continua. Una ginecóloga francesa, Odile Buisson, acaba de publicat un libro en colaboración con Pierre Foldés (Edition Jean Claude Gawsewitch). Lleva por título: ¿Quién tiene miedo del punto G? El placer femenino, una obsesión atormentadora masculina . Según ella, el punto G existe.

Ella realizó en varias mujeres una ecografía completa en 3D, realizadas en el curso del coito. De ese modo (no tan fácil para gozar), la autora habría puesto en evidencia algo que no es exactamente un “punto” detectable a la disección. No se trata de una estructura anatómica sino de una zona funcional de frotamiento que ella llama “zona interactiva de órganos”. Eso provocaría lo que la autora llama… ¡un “placer suplementario”!

Sin embargo, ella concluye que “la función sexual femenina es más compleja”. “Es un verdadero rompecabezas”, dice.

Así pues, la actual investigación promete un rendimiento ilimitado de goce, pero encuentra un límite.

Como escribió Eric Laurent, psicoanalista en Paris: “…gracias a la angustia, ¡nada de eso funcionará!”. Eric Laurent tiene razón.

Como se puede leer en los místicos como san Juan de la Cruz, el “Otro sexo” tiene algo de real, de inquietante para aquellas o aquellos que lo viven. En realidad el goce femenino se opone a la armonía del vínculo entre las parejas y no favorece la satisfacción en una cama.

Dicho de otra forma: ¡San Juan no es Don Juan!

 

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Extraño Agosto

Irene Domínguez

 

Crímenes a secas

Fui a pasar unos días de agosto a Galicia. Al poco de llegar todo a mí alrededor ardía: miles de hectáreas calcinadas por el fuego. La gente expresaba su dolor ante el espectáculo, y el comentario general convenía que eran provocados, según decían, para trabajar de bomberos u obtener beneficios si se declaraba “territorio quemado”… argumentos extraños pensé. “El gallego es pirómano” alcancé a escuchar. Tres días de intensos trabajos por tierra y aire lograron sofocar las llamas. El paisaje posterior era desolador.

El noticiero en esos días hablaba de la desaparición de dos chicas en Cuenca que poco después aparecieron muertas, y de otro feminicidio en Castelldefels, un hombre mata a su ex cuando ésta salía de su casa hacia el trabajo. Y aún otro que no recuerdo bien. Para completarlo me detuve a ver un programa de investigadores de crímenes (algunos resueltos y otros no) que volvían sobre el famoso caso de Marta del Castillo asesinada por su novio, un chico de 19 años. Éste nunca dijo dónde estaba el cuerpo y dio siete versiones diferentes de los hechos, la última, cuando llevaba 3 años de condena cumplida en prisión. El caso es bien extraño. Los jueces, investigadores, policía y expertos en criminología siguen perplejos; no solo por el hecho del crimen en sí, sino también por los acontecimientos que se sucedieron una vez detenidos a los sospechosos, Miguel y su pandilla.

Pensé en la película Funny Games de Michael Haeneke en la que dos jóvenes se dedican asesinar a vecinos suyos sin motivo alguno, por puro gusto. La violencia extrema que llega hasta el crimen, pareciera que una vez puesta en marcha siguiera sola, por diversión, y lejos de producirse una detención en algún momento de perplejidad, la cosa va in crescendo.

Pensé en esa película viendo el reportaje seguramente porque lo brutal del caso se deja translucir en su incongruencia, es su falta absoluta de sentido. Sin sentido no tanto del móvil –puesto que podríamos pensar en una muerte accidental, como apunta su principal investigador- como del modo de responder de ese acto. Es difícil pensar en la ausencia de conmoción por el dolor y la angustia de la familia que había perdido a una hija, por ejemplo. No se entiende porque Miguel se auto inculpa si realmente no sabe dónde está el cadáver, ni tampoco que se sucedan versiones distintas que apuntan rotativamente a sus amigos, ni porqué los tres optaron por cambiar de versión. Todo muy extraño.

 

El olvido del sujeto

Recuerdo la sorpresa que me causó la primera versión que escuché de lo que era un delirio –puede hacer de esto 30 años- y la retahíla de preguntas que mi incipiente adolescencia desplegó: “Está loco porque se cree Napoleón”. Así que conocí antes a Napoleón como el personaje-paradigma del núcleo del delirio de los años 80, que como figura histórica, y posiblemente no fue una sin la otra. Lo recordaba con la extrañeza de una distancia enorme, parecida a la que me evocan esos aparatos con rueditas en donde uno tenía que meter su dedito y arrastrar hasta un tope metálico para poder hablar por teléfono.

Es evidente que Napoleón ya no sirve para construir ningún delirio contemporáneo. En 30 años la forma del delirio se transformó. Hoy delirio está asociado a neurotransmisores, patología mental, medicación, DSMs… a lenguaje científico. La ciencia poco a poco ha invadido el espacio de construcción del sujeto o el sujeto se ha dejado construir por ella. El discurso científico frente a la pregunta de quiénes somos –esa que siempre contuvo el enigma de la locura o las motivaciones del crimen- ha clausurado el misterio. Con la ciencia la verdad ha salido a la luz… pero cual vampiro en Abierto hasta el amanecer, se ha deshecho deslumbrada en un moco viscoso y agónico color verdoso. Con discurso de la ciencia me refiero a una cierta tonalidad atmosférica, a un run-run que circula todo el día sin que nos demos cuenta, algo pegajoso e incoloro, una especie de gafas 3D que llevamos puestas hace tanto tiempo, que olvidamos que nos las podemos sacar. Un ejemplo: mi madre, de raíces gallegas, me comentaba que ya se sabe lo que produce la morriña: es el gas radón que desprenden las casas de piedra en donde han vivido durante siglos los gallegos. Tremendo. Ya no más literatura, ni distinciones entre saudade y morriña, ni relatos épicos sobre la emigración o la forma en que el imponente Atlántico los ha mirado desde siempre ¿no será que el océano les llora por dentro?… Son cosas así de ingenuas y fulminantes. El gas radón, así, inocentemente, clausura la verdad de cada sujeto, la morriña una por una de cada gallego como eso que cuenta, aunque contando mienta, su verdad. Por eso, ante el desconcierto de qué fue lo que pasó con Marta del Castillo, se intenta recurrir al polígrafo, a la hipnosis, a la anestesia inducida para “sacarle la verdad”.

 

La verdad después de amanecer

Pero la verdad no aparece, quizás esté perdida para siempre en los callejones sin salida de la tecno-ciencia. No se trata tanto de que la ciencia lo explique todo o diga que lo sabe todo… sino de la transformación que ha sufrido el sujeto como efecto de su tecno-científica existencia. Las fantasías de omnipotencia de las que provee la tecnología refuerzan la loca idea de que podemos todo, que somos amos del mundo; finalmente todos somos Napoleón. Esas maravillas tecnológicas que ofrecen una conexión perpetua con “el mundo” (categoría ésta bien extraña), un continuo sin interrupción, a la vez que ensalzan eslóganes sobre “sé tú mismo”, el positivismo, la libertad de elegir, etc. llevan incorporada la verdad como un chip informático, como un bien común a todos. Y es así como el valor del ideal absoluto de libertad y felicidad, se cimienta en el olvido del sujeto y por tanto de su pobre, parlanchina y mediocre verdad.

 

El Arropiero y la Vampira

Lo que me pareció ver la noche pasada frente al televisor era algo de este orden. Esos jóvenes ¿no serían ejemplos de nuevos sujetos contemporáneos? pero no solamente ellos, también los abogados que asesoran mentir, que quieren ganar su partida a cualquier precio. Sujetos sin verdad, sujetos como resultado de un discurso contemporáneo del “sé tú mismo”. La desaparici%B