Meteoro nº 4 Virtualidad, palabra, imágenes. J. Bafico, G. Dessal, M. Berenguer

cropped-cropped-logo2.png

Nº 4 Virtualidad, palabra, imágenes

Contenidos

Sobre los videojuegos violentos, Jorge Bafico

El regreso de la palabra (o los chicos de Silicon Valley también lloran), Gustavo Dessal

YouTube y el imperio de las imágenes, Marta Berenguer

Edición para imprimir Nº 4 Virtualidad, palabra, imágenes


1153998_65522974

 

Sobre los videojuegos violentos

Jorge Bafico

Ya en otros lados he trabajado el tema de la violencia. Hoy los paradigmas del amor, la familia, la amistad y la moral parecen no tener la presencia en los ideales como antes la tenían y ya no sostienen el discurso de esta época. Y sobre todo muestran en forma cada vez más evidente su ineficacia como patrones normativos reguladores. Se erige entonces un vacío que profundiza los sentimientos de inseguridad y desamparo colectivos, que impactan fuertemente en la construcción de las nuevas subjetividades.

Si antes los padres eran los agentes de socialización primarios de los niños, ahora, en cambio, las computadoras, la televisión, la publicidad y los videojuegos asumen la tarea de educarlos.

Vivimos en un tiempo de incertidumbre en torno a los ideales, ya que aquellos que oficiaban de guía, lugares paternos, hoy son desfallecientes. La declinación del orden se constata en todos lados. En la actualidad, hay otra idea de familia, otra práctica, otros conceptos. El de hoy es un nuevo mundo, donde la función del padre no es la de antes.
Hace años, los psicoanalistas franceses Jacques-Alain Miller y Eric Laurent caracterizaron esta época como la del momento del “Otro que no existe”, un tiempo donde la civilización es perfectamente compatible con el caos y donde el límite no es claro. La inexistencia del Otro afecta a la enunciación de la ley, lo que repercute en la figura actual de la autoridad, que no puede sostenerse en sí misma. Es una autoridad agujereada.

En este contexto, es donde los videojuegos que propagan la violencia son cada vez más comunes. Hay, por ejemplo, un videojuego japonés llamado Rapelay que “causa furor en el mundo”, que da puntaje por violar mujeres, o Bully, uno donde el protagonista, un alumno de un colegio, tiene que pegarle al vagabundo que vive dentro de la institución o insultar a una compañera. El objetivo del juego es la violencia y el maltrato al otro dentro de la escuela, que pareciera ser lo “divertido”.
Lo que antes podía ser una fantasía, ahora con estas nuevas variables y estimulos, adquiere otra consistencia. La violencia y la diversión se juntan en una dupla que no tendría que coincidir, Freud se refirió a ciertas fantasías que circulan sin demasiada intensidad, hasta recibirlas de determinadas fuentes. Estos videojuegos funcionan como una fuente adicional. Los fantasmas se muestran sin mediaciones y los sujetos se tornan idénticos a sus supuestas inclinaciones pulsionales.
Tiempos modernos les dicen…


El regreso de la palabra

(o los chicos de Silicon Valley también lloran)

Gustavo Dessal

Tras décadas de desprestigio, y denostada por la presunta objetividad de la genética y las neurociencias, vuelve la palabra. Vuelve porque los emprendedores también lloran, incluso los de Silicon Valley. Esta es la historia de porqué la humilde y sencilla palabra ha regresado.

Cuando las startups van down

Muchos guerreros americanos que salieron al mercado de las startups llevando el cuchillo en la boca, acaban con el rabo entre las piernas y gigantescas deudas con bancos, amigos y familiares. El sueño del emprendedor que de la noche a la mañana da el salto y aterriza en la tierra bendita de los multimillonarios, comienza a revelar su verdad: la de un espejismo en el desierto donde nueve de cada diez vagan perdidos o mueren de sed. En los últimos tiempos, el secreto mejor guardado del mundo de las startups ha salido por fin a la luz: la depresión y el suicidio se ciernen sobre las cabezas de los jóvenes empresarios que buscan desesperadamente hablar sobre lo que durante años han callado: los fracasos, las penurias, los dramas personales, la vergüenza, y la culpa por no alcanzar los objetivos. De allí que “redescubran” la necesidad de la palabra, y proliferen los blogs y los posts en los que centenares de supervivientes de esta fiebre del oro del siglo XXI cuentan sus calvarios personales y animan a quienes atraviesan una situación semejante a buscar ayuda terapéutica. Los motiva, entre otras cosas, el hecho de que la región mágica de Silicon Valley ha sido golpeada por un real que ya nadie puede seguir ocultando: una larga lista de jóvenes llenos de talento e ilusión que se han quitado la vida al fracasar en su intento de emular a los nuevos superhéroes de América: los Jobs, Zuckerbergs, Thiels y otros personajes de la cibersaga.

Los suicidios han disparado las alarmas, advirtiendo del peligro de una fórmula perversa: la combinación de una coyuntura comercial y financiera desesperada, y la necesidad de ocultarla. La más mínima muestra de debilidad puede ahuyentar al último inversor, de tal modo que mantener el semblante a toda costa acaba muchas veces en el colapso o la muerte.

Para muchas personas, no es excesivamente difícil admitir que han fallado en algo y pedir ayuda. En el mundo de las startups, eso es algo inconcebible. ¿Cómo habrían de ser frágiles quienes han decidido salir a cazar tigres con las fuerzas de sus manos? Silicon Valley no es un planeta exceptuado de las leyes generales del Universo, pero sí es la gran metáfora de cómo el neoliberalismo gestiona la castración. Si Lacan nos mostró que el discurso capitalista se caracteriza por anular la función de la impotencia, su versión 2.0 va más allá: desafía la imposibilidad, y provoca un efecto de retorno de la impotencia que suele cobrarse sus presas y diseminar la desgracia.

“El entorno de las startups es realmente una bomba de tiempo”, reconoce Harish Bijoor, un consultor ejecutivo. “Es un entorno frenético, acelerado, muy bajo en gratificaciones instantáneas y elevado en los niveles de presión sanguínea. Hay mucha más depresión en este espacio de lo que podemos imaginar. A esta depresión se le añade muchas veces pésimos hábitos alimenticios, lo que empeora las cosas. Los niveles de éxito son bastante bajos, pero los pasionales son inversamente proporcionales. En consecuencia, uno se encuentra metido en el ecosistema de un yugo del que no se puede salir” (http://yourstory.com/2015/01/startup-depression/).

El corazón de las tinieblas

¿Quién ha dicho que el capitalismo no tiene corazón? No solo lo tiene, sino que se rompe con frecuencia. Como suele suceder, nada mejor que el síntoma para darse cuenta de que los algoritmos, los binarios, los códigos y los diagramas de flujo no acaban por completo con el sujeto del inconsciente, que se resiste a su exilio. El ritmo del mercado financiero es una monstruosa maquinaria regida por la misma lógica que dirige el circuito infernal del superyo. Veamos un ejemplo:

En el último año fiscal, la compañía Apple aumentó sus beneficios más de un 30%. No obstante, los inversores no ven con buenos ojos que la mayor fuente de ingresos de esta compañía provenga de la venta de sus smartphones. Consideran que basándose en este “producto estrella” los beneficios no seguirán aumentando a un ritmo mayor, por lo cual presionan para que Apple desarrolle nuevos inventos. La conclusión es sencilla: cualquiera sea el resultado, siempre será insuficiente. El imperativo es despiadado en todos los niveles, y cuando se manifiesta en el nivel subjetivo, culmina en la culpa por no lograr una satisfacción que la lógica misma del mecanismo vuelve imposible.

Un emprendedor anónimo publica en el boletín de Google Quora: “Me sentía un fracasado por sentirme débil, y más débil aún por sentirme un fracasado”. La lectura de docenas de historias de jóvenes emprendedores que se han precipitado en la depresión ante el estallido de sus sueños, muestran algunos parámetros comunes que conviene aislar. Por una parte, la creencia en el “para todos” del credo neoliberal, es decir, la confianza ciega en un discurso que promueve el ideal de un método para llegar a multimillonario, y que depende del esfuerzo y la habilidad personal. El mercado es siempre sabio e inocente, una suerte de dios ecuánime que da a todas sus criaturas las mismas oportunidades. Si alguien (y aquí se acaba el “para todos”) no sabe aprovecharlas, no posee la fuerza o el talento suficiente para triunfar, habrá cometido el pecado de flaquear, y por lo tanto no merece formar parte de un mundo en el que solo los que beben las mieles del éxito son bienvenidos. En un país donde el dinero es uno de los índices de medida fundamentales del yo ideal, un tropiezo económico es mucho más que un contratiempo de cash flow o el riesgo de una quiebra. Cuando el yo ideal se proyecta sobre la imagen del triunfo material como signo de reconocimiento social y de identidad para sí mismo y el Otro, la amenaza de ruina se abate sobre el yo, siguiendo el ciclo explicado por Freud en su estudio de la melancolía.

Por otra parte, el paradigma actual promueve un elemento que juega un papel decisivo en la gestión del deseo: el tiempo y la velocidad. La ambición de riqueza, el sueño de fama y gloria, son tan viejos como la humanidad. Pero el tiempo subjetivo para lograrlo se ha contraído hasta los límites de la instantaneidad. Entre el instante de ver y el momento de concluir, el emprendedor quiere saltarse el tiempo de comprender. ¿Comprender qué, cuando se supone que el proyecto debe funcionar? Se esperan resultados inmediatos, de tal modo que muchas inversiones son mal planificadas, y la omnipotencia del deseo puede derrumbarse fácilmente, transformada en su contrario, un sentimiento de culpa que empuja a la depresión y a veces al suicidio.

Sanjay Anandaranm, un curtido emprendedor hindú que ha conocido los infiernos del sueño millonario, percibe muy bien el mecanismo de alienación subjetiva del cual a menudo los sujetos se separan como desechos. “Necesitamos distinguir entre lo que somos y lo que hacemos. La mayoría de nosotros acaba por circunscribir toda su identidad al negocio. Muchas veces me doy cuenta de que el sentido de nuestro yo personal proviene de una entidad externa: ser el CEO de Apple, o de Google. Este sentimiento de que nuestro yo proviene de algo que toma prestado de fuera, no puede llevarnos muy lejos”.

El precio del “como si”

Muchos psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas americanos estudian las consecuencias sintomáticas de aquellos sujetos que han sido entrenados en lo que denominan “impression management” y que llevado a nuestro discurso bien podríamos traducir como “gestión del semblante”. El lema es muy claro : “Fake it till you make it”, y se vale de esa economía significante tan característica de la lengua inglesa: “Simúlalo (o incluso “falséalo”) hasta que lo consigas”. No todos pueden soportar esta estrategia en la que se debe aparentar el éxito, el carisma, la seguridad, mantener una visibilidad constante, y al mismo tiempo guardar silencio sobre lo que en verdad se está viviendo. Culpables por mentir, por esconder lo que sucede, por falsear la imagen que proyectan, por la impostura en la que transcurre su vida, hay quienes no están dotados de una posición suficientemente perversa como para sortear su propia división subjetiva. Cuando el superyó se apodera del deseo, lo secuestra, y lo instala en el circuito del goce pulsional, el resultado es que “las mismas disposiciones pasionales que mueven a los fundadores de estas empresas hacia el éxito pueden a veces consumirlos”, observan los investigadores de la Swinburne University of Technology de Melbourne, Australia.

John Gartner, psicólogo de la John Hopkins University Medical School, ha escrito un libro divertido: The hypomanic edge: the link between (a little) craziness and (a lot) of success in American (El borde hipomaníaco: el lazo entre la (pequeña) locura y el (gran) éxito en América), un estudio sobre cómo ciertas características de la historia norteamericana han contribuido a forjar un modelo hipomaníaco de subjetividad responsable de las ambiciones que condujeron a grandes éxitos pero también a terribles síntomas y colapsos. Más o menos en la línea de lo que Freud afirmaba acerca del superyó en su estudio sobre el presidente Woodrow: “Un superyó que no exige mucho de la libido, obtiene poco; el hombre que espera poca cosa de sí mismo, obtiene lo mínimo. En el extremo opuesto está el superyó cuyos ideales son tan grandiosos que exigen al yo lo imposible. Un superyó de esta especie produce algunos grandes hombres y muchos psicóticos y neuróticos” (Freud, S. y Bullit, W., El presidente Thomas Woodrow. Un estudio psicológico, Acme Editorial, Buenos Aires,1997).

Gartner expresa algo semejante en clave de humor: “Si eres maníaco, crees que eres Jesús. Si eres hipomaníaco, crees que tienes el don divino para invertir en tecnología. Estamos hablando de niveles de grandiosidad diferentes, pero de los mismos síntomas” (Gartner, J., op cit., Simon & Shuster 2005).

El nivel de ruptura crítica que supone la imposibilidad de seguir ocultando un real que se manifiesta en los efectos de retorno de un discurso deshumanizado, promueve la creación de nuevas startups, esta vez dedicadas a la utilización de las herramientas tecnológicas para brindar ayuda y soporte terapéutico. Tal vez una de las más interesantes que el lector puede consultar es 7 Cups of Tea (Siete tazas de té, www.7cupsoftea.com), un site donde el usuario puede entrar de forma anónima y gratuita a un chat con terapeutas y consejeros para aliviar la angustia, la tristeza y la abundante sintomatología generada por el mundo de las startups. Es notable que en el diseño de la página haya una pestaña llamada “Confess” (“Confiesa”) donde se invita a los usuarios a que “confiesen” sus historias. Como decía Lacan, lo que se busca es “que el goce se confiese”. Una vez más, el capitalismo muestra su infinita capacidad para regenerarse y crear dispositivos para curar las heridas provocadas por el propio sistema.

Algo huele a podrido en…

Más allá de esta visión general del problema, como psicoanalistas no debemos perder jamás la perspectiva de la singularidad que nos ofrece el caso por caso: en el mundo del emprendimiento se puede hallar la muerte por razones estrictamente originales, y no solo debido al simple empuje de la desesperación económica. Además de instructiva, la historia de Austen Heintz posee todos los ingredientes de la nueva locura a la que puede conducir la omnipotencia tecnológica.

Heintz tenía un largo historial psiquiátrico desde su adolescencia. A los 23 años sale de un ingreso y decide recorrer los Estados Unidos en moto, volcando su experiencia en su libro Life without a windshield (La vida sin parabrisas) publicado con el seudónimo de Austen James. Tras completar sus estudios de ingeniería electrónica en Seúl y doctorarse en biología, funda Cambrian Genetics, una empresa pionera en la fabricación artificial de ADN, tejidos humanos y organismos vivos. El éxito es superlativo, y muy pronto Austen Heintz se convierte en el Steve Jobs de la genética. Pero aquí viene lo mejor (o lo peor): ser un demiurgo, “creerse” el poder de dominar la naturaleza, puede tener un precio costoso. ¿Qué habrá pasado por la cabeza de Heintz cuando en la cúspide de su carrera meteórica decide crear una empresa llamada Sweet Peach (Dulce melocotón)? Lo que sí sabemos era el objetivo: la fabricación de unos probióticos para que las vaginas de las mujeres oliesen bien. La reacción no se hizo esperar, y Heintz fue rápidamente crucificado por la prensa, las redes sociales, las plataformas feministas, y por supuesto los inversores, que retiraron rápidamente su dinero y se apartaron de él. De nada le sirvió justificarse con el argumento de que el olor de la vagina no proviene de la propia mujer, sino de un millón de microorganismos que viven dentro de ella. Sin parabrisas, de la noche a la mañana un nuevo héroe cae en la mayor desgracia, y el 26 de mayo de 2015 acaba con su vida a los 31 años.

La historia -además de trágica- nos plantea una pregunta. ¿No es apasionante pensar de qué modo este talento emprendedor, símbolo de un discurso que galopa sobre la forclusión de la imposibilidad, se estrella contra la roca viva de la castración? Heintz quería que las vaginas oliesen a dulces melocotones. Tal vez no midió que aún quedan algunos lugares en los que no conviene husmear demasiado, incluso aunque creas ser Dios. O tal vez por eso mismo.

 


YouTube y el imperio de las imágenes

Marta Berenguer

YouTube, la plataforma de vídeo online, ha cumplido 10 años. En octubre de 2006, apenas un año después de ver la luz, el gigante Google compró la red social augurando que en poco tiempo se convertiría en su principal aliada para hacer crecer su imperio. Un imperio en el que las imágenes debían estar en primer plano.

MB1

En diciembre de ese mismo año la revista estadounidense Time se avanzó a la intuición googleana dedicando su tradicional portada a la persona del año a alguien que nadie esperaba: You (1). El medio de comunicación publicó la imagen de un espejo adosado a la fotografía de una pantalla de ordenador, que reflejaba el rostro del lector. La computadora emulaba un reproductor de YouTube con la palabra You y un subtítulo que rezaba: “Sí, tú. Tú controlas la Era de la Información. Bienvenido a tu mundo”.

Time captó en una imagen la subjetividad de la época. Ésta nacía de la mano del auge de YouTube y el lema que millones de personas hicieron suyo: Broadcast yourself (Transmítete a ti mismo). Lo más curioso del caso fue la reacción ante esa portada. Los lectores y defensores del mundo digital se aferraron a esa imagen que, según creyeron, era una puesta en escena de la “democratización” de los contenidos en la red. Por primera vez en la historia de la comunicación de masas uno mismo podía ser productor y consumidor de contenido al mismo tiempo.

En la portada aparece un ordenador/espejo unido a un significante: You. Gran parte del poder de esta portada es relacionar la imagen corporal del lector con un pronombre personal. Lacan elabora en los años 50 la concepción del estadio del espejo como formador de la función del Yo (je) (2). Precisamente, “el poder de la imagen reside en su “eficacia simbólica”, en su relación con los significantes que conforman en el cuerpo la unidad imaginaria que llamamos Yo” (3). En este caso, el pronombre elegido por la revista, viene al lugar de ese Yo como unidad imaginaria, unidad virtual, captura de un reflejo de la imagen del lector proyectada. De algún modo, nos podemos preguntar si la llegada de YouTube perpetua el júbilo del estadio del espejo ad infinitum hasta someter al sujeto en una servidumbre imaginaria de consecuencias incalculables. ¿He aquí parte de su éxito?

Según una estimación de la misma empresa, actualmente se suben a YouTube más de 300 horas de vídeo por minuto, lo que equivaldría que sólo en 2015 se suben 50 días de grabación diarios. Pero un gigante como YouTube no se mueve solo. El imperio del audiovisual en internet necesita todo un ejército de sujetos que provea de contenido sus canales y así poder hacer negocio con lo que se denomina User Generated Content (contenido generado por los usuarios).

Desde 2006 hasta hoy la red de vídeo ha generado otro fenómeno que parece estar en su esplendor: los youtubers. Jóvenes entre 15 y 21 años que a través de sus canales pasan caja a YouTube (4). Algunos, los que menos, ganan millones; otros, pueden llegar a generar ingresos mensuales de entre 900 y 5.000 euros subiendo, con sus comentarios, bromas, análisis y otro sin fin de contenidos, vídeos caseros a la red.

Sus vídeos acumulan millones de visualizaciones diarias. Son el blanco perfecto para algunas productoras televisivas y marcas comerciales que ven en estos jóvenes la gallina de los huevos de oro. Su objetivo es captarles como proscriptores de sus productos, pues registran audiencias que superan las de los programas más vistos de la tele, llegando a ser la envidia de los productores de la televisión tradicional. Pero más allá del imperio de la cifra, ¿qué nos cuenta este fenómeno sobre la subjetividad de la época? ¿En qué medida internet y las redes sociales reflejan la omnipresencia contemporánea del imperio de las imágenes?

Clay Shirky (5), conocedor de los nuevos medios digitales, cuenta a menudo una anécdota que puede poner foco al tema. El profesor norteamericano explica la historia de una niña de cuatro años quien viendo la televisión con sus padres, de repente, se puso de pie y caminó hacia la parte trasera de la pantalla del televisor buscando algo. A alguien se le podría ocurrir pensar que la niña iba a buscar detrás de los tubos de rayos catódicos aquellos personajes que veía aparecer en la pantalla. Nada más lejos. El enigma se resolvió cuando su padre le preguntó: “¿qué estás buscando?”. La niña respondió: “estoy buscando el ratón (mouse)”. Puede parecer una simple anécdota, pero el acto y la respuesta de la niña marca, sin duda, un cambio subjetivo todavía difícil de entender a nuestros ojos y que abre algunos interrogantes para cuya respuesta todavía nos falta tiempo.

No sabemos si esa niña devendrá una youtuber, pero su voluntad de interactuar con el medio audiovisual parece clara. Quizás la frase de Marshall McLuhan: “el medio es el mensaje” se podría actualizar -a la vista de los cambios en la comunicación de masas desde que la pronunció- por: “el medio es el sujeto”. ¿Qué es lo que empuja a millones de personas a producir contenido y subirlo a la red de vídeos? Andy Warhol nos dio alguna pista con su frase: “en el futuro todo el mundo será famoso durante 15 minutos” (6). No se equivocó demasiado. No hay duda que la exposición de la vida de los sujetos en medios como YouTube u otras redes sociales es cada vez mayor. ¿La subida al cénit social del objeto a? El objeto a, elevado al cénit del cielo social, “se impone al sujeto sin brújula, lo invita a atravesar las inhibiciones” (7).

Shah Faisal, un youtuber muy conocido en Londres por colgar vídeos con bromas, estuvo a punto de ahogarse en el Támesis el pasado mes de julio. El joven se tiró desde el puente londinense a pedido de sus 27.000 suscriptores en YouTube. Tras lanzarse al río y por efecto de una mala caída, el agua le arrastró hasta el punto que tuvo que ser rescatado por agentes de seguridad cuando se aferraba a una boya y luego recibió atención medica.

En agosto de 2014, un matrimonio de Polonia murió tras caerse por un acantilado al intentar hacerse una selfie en Cabo de Roca, Portugal, durante sus vacaciones. La pareja, traspasó una barrera de seguridad que había en la zona buscando un mejor ángulo para el autorretrato y cayó desde unos ochenta metros de altura. El trágico accidente fue presenciado por los hijos de la pareja de cinco y seis años. El filo mortal del mito de Narciso reactualizado en su cara más cruda.

La industria del entretenimiento, a la que ahora se suman corporaciones como Google, YouTube, Facebook o Twitter, ha encontrado en las personas de a pie sus mejores productores de contenido. En la actualidad ya no se necesita de una gran infraestructura o de una importante redacción para generar contenidos. Los propios sujetos están dispuestos a alimentar estos medios sociales con los suyos. El plus de goce de unos se convierte en la plusvalía de dichas empresas que se benefician por partida doble: no solo producir contenido les sale más barato, sino que además tienen en sus bases de datos una masa de potenciales consumidores a los que ofrecer publicidad. Un circuito sin fin que permite a los monstruos de Silicon Valley aumentar día a día su cuenta de beneficios con cifras millonarias.

Espejos negros

El imperio de las imágenes tiene dos emblemas como imperativo de goce. El primero: ¡produce! Produce, sin fin. El segundo: ¡verlo todo! ¿Dónde está el límite? Charlie Brooker es uno de los creadores que mejor ha sabido atrapar este desorden contemporáneo que deja sin brújula al sujeto orientado por gadgets y pantallas en los que queda atrapado. The entire history of you (8), tercer capítulo de la primera temporada de su serie Black Mirror, reproduce un futuro distópico -no tan lejano- en el que a la gente se le implanta un dispositivo incorporado a su vista que permite grabarlo todo para después ser consultado por uno mismo o por los otros. Un dispositivo que aniquila el derecho al olvido, todo queda registrado en un archivo que transforma la vida de sus protagonistas en una pesadilla insoportable.

MB2

¿Qué ocurre en la realidad cuando la mirada deja de estar oculta? El psicoanalista Jacques-Alain Miller recuerda en el texto Mostración en Premontré el caso de una paciente psicótica que dibuja un árbol con tres ojos y un letrero que dice: “soy siempre vista” (sono sempre vista). “Vista”, una palabra de la que Lacan nos recuerda su doble sentido: soy vista y soy la vista. Una puede ser vista siempre, pero a la vez se convierte en el mismo objeto mirada. Como expone Miller: “es muy importante para un sujeto no ser siempre visto. (…) que el Otro pueda no ver todo, es absolutamente esencial” (9). Charlie Brooker atisba claramente este punto. Por eso, cuando uno se convierte en la propia vista se vuelve medio loco, le invade la paranoia, como le ocurre al personaje principal del tercer capítulo de la serie. Liam, alienado a sus propias imágenes registradas, bajo ese imperativo de gozar de ver, no ve absolutamente nada. Lo invisible, lo que no se ve, queda fuera de juego y eso aniquila el propio deseo: “Para que exista un deseo es necesario que en algún punto se cierren los ojos, pues ver todo mata el deseo” (10).

Así pues, en la era del ojo absoluto (11), en una época donde el imperativo de verlo todo está a la orden del día, es urgente preservar un lugar para lo invisible. Verlo todo se ha convertido casi en una nueva fe. Maurice Merleau-Ponty examinó algo de ello: “vemos las cosas mismas, el mundo es lo que vemos: fórmulas como éstas expresan una fe que es común al hombre natural y al filósofo en cuanto uno y otro abren los ojos; nos remiten a una base profunda de “opiniones” mudas implicadas en nuestra vida. Pero lo extraño de esa fe es que, si tratamos de articularla en tesis o en enunciados, si nos preguntamos qué es nosotros, qué es ver y qué es cosa o mundo, penetramos en un laberinto de dificultades y contradicciones” (12).

En cualquier caso, el camino del imperativo visual evita, sin lugar a dudas, el abismo de la castración (13). La industria del entretenimiento, encabezada por empresas como YouTube, lo ha entendido desde el inicio: el sujeto, aburrido en su habitación, es comandado por un plus de gozar convertido en Let me entertain You! (Déjame entretenerte). Lo que el sujeto es incapaz de reconocer es que lo que en realidad no soporta es el no ver y, con ese escamoteo, evita encontrarse con su propio vacío. Quizás el porvenir pase por preservar el derecho a que no todo sea visto, el derecho al olvido. Un porvenir que intente dar la vuelta a la frase sobre los 15 minutos de fama de Warhol. El artista británico Banksy lo percibió muy bien esculpiendo una televisión con un único mensaje que expresa el reverso warholiano: “en el futuro todo el mundo será anónimo durante 15 minutos”(14).

  1. Time Diciembre/enero 2006.
  2. Lacan, Jacques. El estadio del espejo como formador de la función del Yo (je) tal como se nos revela en la experiencia analítica en Escritos I. Siglo XXI. 2010. Buenos Aires.
  3. Bassols, Miquel. El imperio de las imágenes y el goce del cuerpo hablante. Texto para el Boletín del VII Encuentro Americano de Psicoanálisis de Orientación Lacaniana (ENAPOL) que se realiza en Brasil (septiembre de 2015) con el tema «El imperio de las imágenes».
  4. García, Vega. Miguel Ángel: La generación ‘youtuber’ hace caja. Artículo publicado en El País. 2014. Madrid.
  5. Shirky, Clay. Cómo los medios sociales pueden hacer historia. TED Talk. 2009.
  6. 15 minutes of fame. Fuente Wikipedia.
  7. Miller, Jacques-Alain. Una fantasía. Conferencia en Comandatuba durante el IV Congreso de la AMP: El orden simbólico en el siglo XXI. 2004. Brasil.
  8. Brooker, Charlie: The entire history of you. Tercer capítulo de la primera temporada de Black Mirror. 2011. Londres.
  9. Miller, Jacques-Alain. Mostración en Premontré en Matemas I. Manantial. 2010. Buenos Aires.
  10. Miller, Jacques-Alain: Dos dimensiones clínicas: síntoma y fantasma. Fundación del Campo Freudiano en Argentina. Ediciones Manantial. 2004. Buenos Aires.
  11. Wajcman, Gérard. El ojo absoluto. Manantial. 2011. Buenos Aires.
  12. Merleau-Ponty, Maurice. Lo visible y lo invisible. Nueva Visión. 2010. Argentina.
  13. Lacan, Jacques. La esquizia del ojo y la mirada en Seminario XI. Los Cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós. 2012. Buenos Aires.
  14. Imagen obra de Banksy.